Los chancletas

‘No sólo tienen que prohibirse las chancletas en los hombres. Lo justo sería prohibir a los hombres con chancletas’

Chanclas
Alfonso Ussia

Te quedan x días gratis. Recuerda navegar con tu sesión iniciada.

Te quedan pocas horas gratis. Recuerda navegar con tu sesión iniciada.

Estás en tu periodo de prueba gratuita. Sigue disfrutando de ¡HOLA!+.

HOLA.com, tu revista en internet

Tu período de prueba gratuita en ¡HOLA!+ se ha activado con éxito

Disfruta de todo el contenido totalmente gratis durante 7 días.

Recuerda navegar con tu sesión iniciada.

Ya tienes una suscripción activa.

Recuerda navegar con tu sesión iniciada.

El otoño llega con ventajas e inconvenientes. La belleza, el cambio cromático de las hojas, la melancolía, y al fin, la tristeza invernal. El bosque detenido. Pero entre las ventajas, quizá la más destacada, no es otra que la recuperación estética. Desaparecen de los lugares de veraneo y de todas las ciudades y pueblos peninsulares los tipos con chancletas. Esos horribles objetos para los pies establecen y apuntan el deterioro del buen gusto. En pleno verano, las playas están acostumbradas a toda suerte de agresiones visuales, pero jamás se han habituado a las chancletas masculinas. Una playa, como un bosque, como una sierra, como un prado, tiene sentimientos. Cuando uno llega a la playa calzado con zapatillas, o las añoradas playeras, también conocidas por “bambas”, o simple y llanamente descalzo, la arena, a su manera, agradece el detalle del respeto. Y lo mismo sucede en las terrazas de bares y chiringuitos. Tomar el aperitivo con un individuo en la mesa contigua mostrando sus horribles dedos pinrelianos produce en las personas normales un agobio muy cercano a la desolación.

“Cuando uno llega a la playa calzado con zapatillas, o las añoradas playeras, o simple y llanamente descalzo, la arena, a su manera, agradece el detalle del respeto”
Acceso a la versión digital

En la maravillosa venta de la ría de la Rabia, frontera de Comillas con Valdáliga, uno de sus propietarios, mi gran amigo Adolfo Herrera, se negaba a servir a los chancletas. En Cantabria, La Montaña, de soltera provincia de Santander, se encadenan en el lenguaje el adverbio “muy” y los adjetivos superlativos. Así que el chancletas de turno solicitó un “marianito” y unos mejillones cocidos. Para colmo llegó con un perro muy mal educado que viajaba de mesa en mesa dando la lata y que respondía al nombre de “Coliflor”. Sólo un chancletas puede bautizar a su perro como “Coliflor”. Pasados muchos minutos, y al comprobar que su pedido no se hacía efectivo, protestó de mala manera, como acostumbran los chancletas. Y Adolfo le sacó de dudas. – No le han traído lo que ha pedido porque en esta casa está prohibido tomar el aperitivo con chancletas-; - ¿ Por qué?-, preguntó el de los dedos inaceptables. – Porque nos da la gana. Todos los clientes de “La Rabia”, comillanos, locales, veraneantes y turistas son gente normal, a la que no le gusta ver a su lado a un tipo con chancletas-, -Y ¿por qué?- volvió a insistir el ordinario energúmeno. –En su caso, porque tiene usted unos pies que son “muy asquerosísimos”-. Y ante semejante firmeza, el chancletas se abrió mientras los clientes del resto de las mesas le dedicamos a Adolfo una cerrada ovación.

Hombre con chanclas©Istock

Hecho verídico narrado con disfraz identitario. El Conde de San Romualdo del Jándula veraneaba en Zarauz. Su hija, Altagracia – también conocida por Agridulce-, ya fronteriza con la treintena, había conseguido, al fin, un novio. El Conde de San Romualdo era viudo y deseaba ardientemente que su hija se casara y le dejara en paz. En la playa se lo anunció: -Papá, ha venido a verme a Zarauz Andrés Luis, mi novio. Si no te importa, le he explicado donde encontrar nuestro toldo-. El Conde resopló con satisfacción mientras leía en una hamaca El Diario Vasco de San Sebastián. - ¡Ahí viene, ahí viene!- Gritó alborozada Altagracia, en Madrid denominada Agridulce. Y llegó Andrés Luis, que era de una de las mejores familias de Robregordo, en Somosierra. Y Andrés Luis llevaba chancletas.

“Andrés Luis era de una de las mejores familias de Robregordo, en Somosierra. Y Andrés Luis llevaba chancletas. ‘Que se vaya porque no voy a permitir que un escarabajo de la patata como ese tipejo se case con mi hija’, dijo el conde”

-Papá, te presento a mi novio, Andrés Luis-; -que se vaya-, emitió el viejo Conde. -¿Cómo dices, Papá?-; - digo que se vaya porque no voy a permitir que un escarabajo de la patata como ese tipejo se case con mi hija. Lleva chancletas-. – Eres muy injusto, Papá-; - no te puedes hacer una idea de la tragedia de la que te he librado. El futuro Conde de San Romualdo del Jándula, no puede ser un tiparraco con chancletas-.

 El hecho verídico es muy triste, lo sé y me arrepiento de haberlo narrado. Ella obedeció a su padre por aquello de la herencia y el chancletas, que deseaba ser rico y Conde, retornó a Robregordoa dos velas. No sólo tienen que prohibirse las chancletas en los hombres. Lo justo sería prohibir a los hombres con chancletas.


Más sobre