El juego libre fomenta la autonomía, una facultad muy necesaria ahora en que el nivel de sobreprotección de los padres es tan elevado. Cuando se sobreprotege a los hijos, “se convierten en dependientes, temerosos, frecuentemente con bajas autoestimas, inseguros, desconfiados y con miedo al error”, advierte Cristina Gutiérrez Lestón, educadora emocional y directora de La Granja Ability Training Center.
Dirigir constantemente al niño, incluso en el juego, es lanzarle el mensaje de “tú no puedes”. “Si a un adulto nos dirigieran así, nos pasaría exactamente lo mismo y nos sentiríamos personas no válidas, puesto que alguien nos ha de decir o hacerlo todo”, resalta la experta.
Cuando hay juego libre, el niño actúa por sí mismo y, además, entrena la motivación intrínseca (la que sale de dentro), que es mucho más productiva que la extrínseca, por la que el niño depende de estímulos externos para distraerse cuando se aburre. Para Cristina Gutiérrez Lestón, “con el aumento de la dependencia a las pantallas, resulta más interesante y urgente que nunca aprovecharlo”.