Durante semanas, mientras dormía en un sofá de la Casa Blanca, pensaba que su indulgencia no sólo había puesto en peligro su matrimonio, sino también el amor y el respeto de su única hija. Con estas palabras, Bill Clinton describe en su biografía cómo se sintió cuando tuvo que confesarle a su mujer, Hillary, su aventura con Mónica Lewinsky, en agosto de 1998. My Life, que sale a la venta esta semana en Estados Unidos, es una historia de 957 páginas en las que el ex presidente de Estados Unidos ataca a sus enemigos y asume los errores cometidos durante su mandato.
El caso Lewinsky
Clinton responsabiliza de su relación con Mónica Lewinsky a los viejos demonios que le han perseguido durante toda su vida. Asegura que esta relación fue personalmente humillante y que casi le cuesta su presidencia y su matrimonio. De niño aprendió a vivir con muchos secretos, tal y como cuenta en los primeros capítulos de la biografía.
Varias veces vio a su padrastro alcohólico golpear a su madre y, en una ocasión, dispararle a la cabeza. Pero al día siguiente fue al colegio como si nada hubiese pasado. Por eso, desde una edad muy temprana, ha tenido vidas paralelas entre una imagen pública gregaria y dispuesta que esconde una debilidad y confusión privada.
Cuando el caso Lewinsky se hizo público, ese comportamiento se hizo más agudo y Clinton se pasó meses mintiendo a su familia, a sus ayudantes y a los estadounidenses. Asegura que el año 1998 fue el más extraño de su presidencia, porque se vio obligado a llevar dos vidas incongruentes. La investigación Lewinsky sacó a un primer plano la parte más oscura de su vida personal.
El ex presidente explica que estaba disgustado por sus encuentros sexuales con la becaria y admite que sus actos fueron estúpidos e inmorales. Lo más difícil para él fue confesárselo a su mujer, Hillary, que reaccionó como si le hubiese pegado un golpe en el estómago, relata. Decírselo a su hija Chelsea fue aún peor y se pasó semanas suplicando el perdón de su familia.