Jesulín de Ubrique y María José Campanario, 'luna de miel' en las paradisíacas Islas Maldivas

Por hola.com

Jesús Janeiro y su esposa, María José Campanario, por fin, de viaje de novios. La pareja, dieciséis meses después de su boda, está pasando su luna de miel. Dice el refrán que nunca es tarde si la dicha es buena. Y, en el caso que nos ocupa, la dicha, como el valor, se supone. Y el «nunca es tarde» se ve perfectamente compensado con el lugar que Jesús y María José han elegido: las paradisíacas Maldivas, el mágico archipiélago que, formado por unas mil doscientas islas (de ellas tan sólo 192 habitadas), se encuentra situado en el océano Indico, al Sureste de la India y Sri Lanka. En concreto, la popular pareja, eligió el atolón de Kanuhura (a unos cuarenta y cinco minutos en hidroavión, desde Male, la capital de las islas Maldivas), donde se encuentra el exclusivo hotel One & Only Kanuhura, con unas doscientas habitaciones y que es famoso por sus «water village» (palafitos), que son una especie de bungalows suspendidos en el agua, un agua que, por las noches se ilumina para que los huéspedes puedan gozar del maravilloso espectáculo de cientos de peces de colores. Jesús y María José pudieron disfrutar estos días de la playa y de la vela; de la blanca arena y de preciosas panorámicas, como transportados a una especie de mundo de ensueño. Uno de los días, a la caída de la tarde y al borde del mar en calma, conversamos con la pareja, que nos hizo un balance de su vida de casados y nos habló de sus ilusiones y de sus proyectos.

—María José, más vale tarde que nunca: este viaje de novios —esta luna de miel— os llega dieciocho meses después... de la boda.
—Cierto. Por eso es una luna de miel muy esperada. Creo que ya era hora, porque, además, nos la teníamos muy merecida los dos. La verdad es que tanto Jesús como yo necesitábamos un descanso.
—¿Te refieres acaso al agobio al que os veis sometidos prácticamente todos los días?
—En parte, tal vez, aunque ya me voy acostumbrando. Ese agobio se sobrelleva un poco... como se puede.
—Pero, al casarte con Jesús Janeiro, tú sabías dónde te metías. ¿O no?
—No pensaba que fuera tan brutal, no creía que iba a ser así. Yo no estaba acostumbrada a que me siguieran a todas partes.
—¿Y te compensa?
—Me compensa, porque estoy con la persona a la que quiero y que me hace feliz. Además, tengo una niña preciosa.
—Por cierto, María José, dicen que a todo se llega a acostumbrar uno: si durante un tiempo dejaras de ver fotógrafos a la puerta de tu casa o cuando fueras a algún sitio, ¿no crees que te llegarías a preguntar «qué es lo que ha pasado aquí»?
—No me preguntaría nada. ¡Estaría chas veces, echas francamente de menos un respiro.
—Como bien sabes, una cosa es el noviazgo y otra —por cierto, dicen que muy distinta— el día a día del matrimonio. Muchos suelen cambiar, la convivencia hace aflorar los defectos. ¿Jesús es el mismo o cambió?
—Cambió. Pero el cambio ha sido para mejor. Cuando éramos novios era todo como con más nervios, y ahora Jesús es mucho más reposado.
—¿Crees que a los maridos hay que atarles corto o, si lo haces, es peor?
—No creo que haya que atarles corto; por lo menos, al mío, no. Ni el marido tiene que atar corto a la mujer, ni la mujer al marido. A mí me gusta tener cierta libertad, y lo mismo quiero para él. Me gusta que se sienta cómodo en todo momento. Ni el hombre debe agobiar a la mujer, ni la mujer al hombre, porque es malo, es como tener una pierna encima todo el día, y así no se puede, porque... no sería un matrimonio normal.