Es la penúltima de las cuatro hijas de la diseñadora venezolana Carolina Herrera y, además, su más fiel colaboradora. Carolina Adriana ha heredado la elegancia natural y el estilo de su madre y, también, su pasión por la vida.
Caracas y Nueva York Al igual que sus hermanas, se crió entre Caracas y Nueva York, a donde su madre se mudó cuando decidió crear su propia línea de ropa. Así que Carolina Adriana llegó a la ciudad de los rascacielos con 12 años, dispuesta a dejarse maravillar "por sus taxis, metros, parques, museos...Todo aquello que hoy en día echo de menos cuando estoy de viaje".
De la universidad al cine Tras acabar el colegio, Carolina Adriana decidió estudiar Bioquímica y biopsicología en el college de Poughkeepsie y después comenzó a trabajar en el laboratorio de la universidad Rockefeller. "Por aquel entonces -cuenta Carolina Adriana recordando aquellos tiempos- sentí que mi corazón me decía que aquello no era lo mío. Una noche conocía un director de cine que andaba buscando un ayudante de realización. Hablamos durante largo rato y, a pesar de que subrayé que no tenía ninguna experiencia en cine me contrató".
La fotografía, el cine y la televisión llamaron a su puerta y Carolina Adriana se mudó a Los Ángeles hasta que en 1997 su madre le sugirió que le colaborara con ella en la creación de un nuevo perfume, 212.
Llega a Madrid En aquellos momentos, ya pensaba en el documental sobre la Escuela de Tauromaquia de Madrid que quería rodar, un proyecto que tuvo que posponer para centrarse en 212.
El lanzamiento del perfume fue un éxito y el inicio de una estrecha y fructífera colaboración entre madre e hija. Pero Carolina Adriana no quiso renunciar a sus propias inquietudes y, tal y como deseaba, se trasladó a España para vivir entre Sevilla y Madrid y realizar el documental que tanto ansiaba. El mundo de los toros -es una apasionada de los animales desde los años de infancia que pasó en Caracas- le permitió conocer a uno de los toreros más atractivos de nuestro país, Miguel Báez Espínola, El Litri.
