¿Qué nos lleva a ser vanidosos?
El especialista nos cuenta que la vanidad no es algo con lo que se nace, sino que se aprende. Para el experto pueden haber influido tanto sus figuras de autoridad e iguales como el entorno social del que formamos parte.
Y nos detalla, además, que cuando exploramos su historia vital, generalmente apreciamos patrones de comportamiento que se tienden a repetir desde la infancia tardía y la adolescencia. “Habiendo sido (en no pocas veces) valorados por los demás en exceso, sin reforzar el esfuerzo para conseguirlo, generando en quien lo recibe conductas orientadas a conseguir sus propios fines minimizando las opiniones, ideas, valores, emociones de los demás”, dice.
Así, matiza que pueden influir también padres excesivamente permisivos que, por miedo al enfado, la frustración o el rechazo del hijo tienden a la sobreprotección. Suelen idealizar los logros y las cualidades de sus hijos, tendiendo a no hacerles ver aquello que, bajo su juicio, deben mejorar. “Obviando el diálogo abierto con sus hijos, la expresión de diferentes ideas-opiniones, no habiendo sido capaces de expresar abiertamente a sus hijos que no están en lo cierto, que no tienen razón y, sobre todo transmitirles que no pasa nada por ello, tienden a crear un patrón inconsciente de pensamientos y comportamientos de estar en lo cierto, evitando el autojuicio y la autocrítica”, nos explica.
Además, junto a la parte relacional (familia, amigos, profesores), vivimos en una sociedad en que impera el resultado, la competitividad, ser el mejor. Cuántas personas “admiran” a quien tiene el mejor coche, la mejor casa, etc, promoviendo el éxito, el fin último de una persona vanidosa. “Por ello, una persona puede aumentar su vanidad tras un acontecimiento personal importante que le permita mejorar su estatus, posición económica, provocando la valoración de su entorno”, apunta.
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