Coches, turistas, fans, la ciudad de Los Ángeles se prepara para la situación que provoca, cada año, la celebración de los Oscar. Son días en los que la actividad cotidiana se paraliza para abrir los brazos a las celebridades que asistirán a la ceremonia.
Pasear por los alrededores del Shrine Auditorium es todo una experiencia; se ultima, con detalle, la extensión de la alfombra roja, los hermanos mayores del Oscar -las estatuas gigantes que reciben a los invitados- ya están colocados a la entrada del teatro y los servicios de seguridad estrechan las barreras para proteger los trabajos que se llevan a cabo y mantener alejados a los más curiosos.
Los fans esperan hace días en las inmediaciones del lugar para estar lo más cerca posible de sus ídolos, incluso algunos viajan todos los años como si se tratara de una tradicional peregrinación. Decenas de personas colocan sus tiendas de campaña; el año pasado la policía prohibió su instalación, pero los vecinos de la zona alquilaron sus jardines para que los seguidores pudiesen tener una situación privilegiada. Se conforman con gritar el nombre de su actor o actriz favoritos y quizá, con suerte, recibir una fugaz mirada o una incipiente sonrisa.
Tras varios años, será la última vez que el Shrine Auditorium albergará la famosa gala del cine. El próximo año estará listo el edificio diseñado especialmente para el evento y ubicado en el ‘paseo de la fama’, conocido por las baldosas con las manos de las estrellas grabadas en cemento.
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