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Es imprescindible beber agua de manera abundante, aunque no se tenga sensación de sed.
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Hay colectivos más vulnerables a los efectos de las altas temperaturas, como pueden ser los ancianos, que deben extremar las precauciones.
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El calor sofocante que se vive en el comienzo del verano en España ha hecho saltar las voces de alarma. El aire acondicionado y el agua refrescante de fuentes y piscinas parecen ser los únicos remedios para combatir estas temperaturas que se han disparado (tanto, que se baten una y otra vez los récords de demanda eléctrica). Por este motivo, los expertos insisten en la prevención y la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (semFYC) ha elaborado una serie de recomendaciones dirigidas tanto a la población como a los profesionales de Atención Primaria para prevenir las consecuencias de una ola de calor. Beber mucho líquido, protegerse del sol, ventilar adecuadamente los espacios, prestar atención a las personas más frágiles como niños y ancianos y, en definitiva, actuar con sentido común sin confiarse en exceso son las claves para prevenir las consecuencias de la ola de calor.
Entre las recomendaciones dirigidas a la población, se destaca que la mejor manera de evitar las posibles consecuencias de este fenómeno atmosférico es conocer cuáles son los riesgos y actuar de manera anticipada para prevenirlos:
Alcanzar una temperatura superior a los 36 grados, mantenida durante varios días seguidos.
Alta humedad en el ambiente, que origina sensación permanente de piel mojada.
Los días con escaso viento que dificultan la ventilación.
Habitar en viviendas muy calurosas, situadas en pisos altos y que tienen dificultades para su ventilación o que no disponen de aire acondicionado.
Realizar ejercicio físico o trabajos pesados expuestos durante muchas horas a un exceso de calor.
Aunque cualquier persona puede sufrir las consecuencias de una ola de calor, desde este organismo recalcan que hay grupos de población con un mayor riesgo, entre las que se encuentran las personas mayores de 65 años, los enfermos crónicos, los niños menores de cuatro años, los enfermos mentales, los obesos y los consumidores habituales de fármacos como los diuréticos (para aumentar la cantidad de orina), antihistamínicos (alergias), anticolinérgicos (depresión, parkinson, etc), betabloqueantes (hipertensión) o fenotiazinas (trastornos mentales). El abuso de sustancias tóxicas como el alcohol y las drogas también aumenta el riesgo.
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