Anastasia Soare nos recibe en su mansión de Los Ángeles y nos habla de su sueño americano: de llegar sin un dólar a Estados Unidos a levantar un imperio de tres mil millones

Cindy Crawford, Naomi Campbell, Stephanie Seymour, Kim Kardashian y Victoria Beckham están entre su larga lista de clientas y buenas amigas

Casa Anastasia Soare
Victoria de Alcahúd

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“Les supliqué: ‘Por favor, déjenme llevar al menos un dólar por si necesito ayuda, poder hacer una llamada’. ‘No’, contestaron. Yo sabía que, si insistía, podría acabar en la cárcel. Y así entré por primera vez en los Estados Uni­dos. Sin dinero. Sin hablar in­glés. Una emigrante más”. Quien esto recuerda es Anas­tasia Soare, la famosa Anasta­sia de la firma Anastasia Be­verly Hills, que ha revolucionado cómo nos relacionamos con nuestras cejas. Abandona­ba su Rumanía natal, reclama­da por su marido exiliado, y las autoridades no parecían querer ayudarla en nada. Hoy, Anastasia, casi treinta años después, es, según Forbes y confirmado por ella, 300 veces millonaria y su empresa está valorada en tres mil millones de dólares. Esta es su historia de superación.

Casa Anastasia Soare©CÉSAR VILLORIA
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Casa Anastasia Soare©CÉSAR VILLORIA
Arriba, vista exterior de la fachada de la casa, donde todas las habitaciones tie­nen vistas a la piscina. Fue Anastasia, que es­tudió Arte, Arquitectura e Ingeniería, quien se encargó de su diseño y de la decoración. Aba­jo, vista aérea de la piscina. El mobiliario exte­rior es de Philippe Starck y RH.
“Llegué al país sin dinero y sin hablar inglés. Una emigrante más”, confiesa la empresa­ria rumana, creadora de una firma de cosmética que inició con el cuidado de las cejas

“Desde mis dieciocho años, sabía que quería venir a Amé­rica. Nací en un país comu­nista, donde la vida era muy difícil cuando gobernaba Ceausescu. Sin embargo, te­níamos algo muy bueno: educación gratis y maestros in­creíbles. Yo estudié Ingeniería y Arte y aprendí todo lo que pude”, comienza relatando.

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Anas­tasia, que llegó desde Rumanía a Estados Uni­dos, donde empezó su vida desde cero.

Su marido, que era capitán de barco, logró exiliarse y, tres años después, en 1989, consiguió traerla. Pero no era feliz. Su licencia de navega­ción era válida, pero le dije­ron que solo si era america­no. Acabó conduciendo un taxi. Aguantó un tiempo más y regresó a su país.

Casa Anastasia Soare©CÉSAR VILLORIA
La empresaria en el salón de la casa.

“Antes de venir, aconsejada por mi esposo, tomé clases de esteticista. Las rusas y ruma­nas teníamos buena reputa­ción con los masajes y, por suerte, apenas hacía falta hablar in­glés. Conseguí trabajo muy pronto y enseguida descubrí que nadie daba importancia a las cejas. En Rumanía, antes de cualquier tratamiento, siem­pre te las arreglaban. Sugerí hacerlo, pero las dueñas del local no estaban de acuerdo”, recuerda.

“Mi país estaba bajo un estricto régimen comunista. Mi marido se exilió y, tres años después, consiguió traerme. Mi Gobierno me prohibió sacar dinero”
Casa Anastasia Soare©CÉSAR VILLORIA
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Arriba, su lugar de trabajo. La mesa es de Gio Ponti y sobre ella hay una lámpara de Luciano Figerio. En la pa­red, una estantería de Paul Evans. Abajo, otro ángulo del salón. A Anastasia le gusta mucho el mobiliario de media­ dos del siglo XX, especialmente el del italiano Gio Ponti, porque descubrió que basa sus diseños en la famosa ‘proporción divina’, que utilizaba Leonardo da Vinci, exactamente la misma teoría que utiliza Anastasia para crear sus diseños perfectos de cejas y en la que ha basa­do todo su imperio de belleza, Anastasia Beverly Hills.

Su intuición le hizo pensar en el potencial de unas cejas bien depila­das. Recordó las enseñanzas de su profesora de Arte y su insistencia en los dibujos de Leonardo da Vinci y su teoría sobre las perfectas proporcio­nes del rostro o golden ratio. Empe­zó a ir a la biblioteca y a estudiar. Un tiempo después, buscó una habita­ción en un local de belleza, en Beverly Hills. Trabajaba de ocho de la maña­na a diez de la noche, siete días a la semana. “Una de mis primeras clien­tas era una importante agente que re­presentaba a casi todas las supermo­delos. Después, Cindy Crawford, Nao­mi Campbell y Stephanie Seymour empezaron a llegar. Al principio, les hacía las cejas gratis. Salían del salón y se encontraban con alguien y les de­cía: ‘Pero, ¿qué te has hecho? ¡Estás más joven!’. Al principio no caían y, de pronto... ¡son las cejas! Y volvían al salón y me recomendaban a sus ami­gas”, cuenta.

“A mi marido, que era capitán de barco, no le permitieron trabajar y tuvo que conducir un taxi. No aguantó y regresó a Rumanía. Me quedé sola con nuestra hija, Claudia”
Casa Anastasia Soare©CÉSAR VILLORIA
“Empecé a cobrar diez dólares por este trabajo y, hacia 1996, decidí abrir mi pro­ pio salón, en Beverly Hills, enfocado en las cejas. El dueño del local me decía: ‘Se arruinará y no va a poder pagarme’”, cuenta Anastasia, que, en esta fotografía, posa en las escaleras que comunican con el primer piso, donde están los dormitorios.

Una clienta contenta es la base per­fecta para un negocio. Pero si, ade­más, es famosa y está acostumbrada a los mejores profesionales, todavía más, porque entiende y sabe lo que quiere.

“Oprah Winfrey entendió la importancia de las cejas e hicimos un ‘antes y después’ en su programa. A partir de ahí fue una locura”

“Empecé a cobrar diez dólares por este trabajo y, hacia 1996, decidí abrir mi propio salón en Beverly Hills. Fui a ver al dueño del local, que me pre­guntó: ‘¿A qué piensa dedicarse?’. Le dije: ‘Será un salón de belleza enfoca­do, sobre todo, en las cejas’. Necesité dos horas para convencerlo. Él me decía: ‘Se arruinará y no va a poder pagarme’. A lo que le respondí: ‘Tengo muy buenas clientas y algún día su calle (Bedford Drive) se hará famo­sa’”, relata.

HOLA 4007 CASA ANASTASIA SOARE©CÉSAR VILLORIA
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Arriba, el comedor, dispuesto para una de sus múltiples cenas de amigos. La mesa y las sillas son de Paul Evans y la lámpara, de Christopher Boots. Abajo, detalle de la mesa del comedor, con cubertería de plata de Christofle y cristalería de Baccarat.

Y así fue. Aunque actualmente tiene sesenta boutiques­ salón alrededor del mundo, este si­gue siendo su local principal. Por fin, unos dos años después, llamó Oprah Winfrey para que hi­ciera una demostración en el programa de televi­sión que tenía entonces. “Oprah ha venido a este mundo con una misión: hacer el bien. Además, como es muy inteligente, entendió rápida­mente la importancia de las cejas. Hicimos un ‘antes y después’ en directo. A partir de ahí fue la locura. El teléfono ya no dejó de sonar”.

“Puse en práctica las enseñanzas de mi pro­fesora de Arte sobre las proporciones que utili­zaba Da Vinci para crear un rostro perfecto”
HOLA 4007 CASA ANASTASIA SOARE©CÉSAR VILLORIA
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Arriba, izquierda, la habitación de invitados. Es el dormitorio que utiliza Naomi Campbell, una de sus grandes amigas, cuando viene a visitarla. Al lado, un cuarto de baño con vistas a las montañas. Abajo izquierda, una vista exterior de la casa desde la planta de arriba. Derecha, el dormitorio de Anastasia. La cama es un diseño de Gio Ponti, el sofá verde, de Federico Munari, y la mesa, de Philip y Kelvin LaVerne. Las sillas de pelo son un diseño de Hans Wegner y la mesita auxiliar, de Pucci de Rossi.

Primero fueron los grandes almacenes Nords­trom. Querían que estuviera en veinte corners con especialistas y sus productos. Anastasia había estado experimentando con distintas fórmulas y, por fin, empezó a producir a mayor escala en Italia. “Me lo pedían las clientas: ‘Tú nos dejas estupen­das, pero luego, en casa, ¿cómo nos arreglamos?’. Total, que trabajé y trabajé hasta que conseguí unos productos para las cejas que eran innovadores y, además, se podían aplicar fácilmente”, explica.

La casa, de seiscientos metros cuadrados y con amplios venta­nales, fue diseñada por Anastasia, con la ayuda de un arquitecto, y tardaron tres años en construirla

Para entonces, su hija, Claudia, empezó a colabo­rar con ella porque “no tenía otro remedio”. Se pasó la niñez y parte de la juventud protestando porque no la veía nunca. Cuando no estaba traba­jando en el salón, estaba de gira por el país promo­cionando productos y el concepto de ceja. Así que, tras sus estudios, pasó a formar parte del negocio. “Es la presidenta de la empresa. Experta en mar­keting y desarrollo de producto y es... ¡fabulosa! Fue ella la que insistió en que teníamos que crear una cuenta de Instagram, que hoy ya tiene veinte millones de seguidores. Y la que pone en práctica mis conceptos matemáticos o de ingeniería, como en el kit de contouring”, dice llena de orgullo.

HOLA 4007 CASA ANASTASIA SOARE©CÉSAR VILLORIA
Anastasia hizo traer 160 bloques de mármol, repartidos por toda la casa en paredes y muebles, que hizo tratar para que quedaran con un aspecto algo arrugado y tosco, al estilo brutalismo, una corriente artística que a ella le gusta mucho. Derecha, el pasillo que comunica los dormitorios en la primera planta

Porque aunque Anastasia no inventó el contou­ring, que ya existía en cine y en fotografía, sí lo hizo más accesible para todo el mundo. Luego lle­gó Kim Kardashian —por cierto, clienta y amiga— y lo popularizó. “Es una emprendedora y una mu­jer de negocios fantástica. Llevó el concepto de contouring a un nivel más alto y ha sido funda­ mental en su crecimiento. Creo en las mujeres. Siempre me han ayudado. Creo en mis clientas. Soy de las que piensan que el cliente siempre tiene ra­zón y mi misión es hacerlas más hermosas, sacar lo mejor de ellas mismas”, cuenta sobre Kim.

HOLA 4007 CASA ANASTASIA SOARE©CÉSAR VILLORIA
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Arriba, la cocina, con una mesa realizada en mármol. La porcelana es de Hermès y los detalles de plata, de Christofle.

Y con esa idea en mente, obviamente, acaba ha­ciéndose amiga de todas ellas. Naomi Campbell había estado pasando unos días en su casa, justo antes de esta entrevista. Victoria Beckham es amiga suya desde que se trasladó a Los Ángeles, en 2007, y la admira mucho: “Es una mujer increíble. Una superwoman. Cuatro hijos y sin nanny. Ella y David los han criado prácticamente solos. Ade­más, tiene su empresa de moda y ahora también de belleza. ¿Cómo lo hace? No tengo ni idea. Por eso digo que es una superwoman. Tiene todo mi respeto y mi admiración”.

Casa Anastasia Soare©CÉSAR VILLORIA
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Sobre estas líneas, la fachada posterior de la casa. Arriba, el comedor informal, con un saloncito al fondo. La chimenea, como todas las de la casa, es de mármol. Los sofás en color crudo son de Hans Wegner, de los años cincuenta, y el otro sofá, de Vladi­mir Kagan. En la mesa de centro, una pequeña escultura: El perro, de Jeff Koons.

Anastasia podría estar horas hablando de otras mujeres. De cómo le han ayudado. De lo que ha aprendido de ellas, empezan­do por su madre, Victoria, que tenía una sastrería y trabajaba sin descanso intentando llegar a la perfección. Está convencida de que si trabajas con ahínco y no piensas solo en el dinero, sino en hacer bien tu trabajo, acabas consiguiéndolo.

Anastasia creó el contouring kit para hacer accesible al público cómo destacar distin­tas partes del rostro. Kim Kar­dashian, su clienta y amiga, lo popularizó

“Viajo —quiero decir viajaba— mucho y me gusta volver a Rumanía. Recuerdo con emoción un encuentro con mujeres de mi país. Muchas se me acercaban llo­rando. Decían: ‘Eres un ejemplo para nosotras. Si tú lo has conse­guido, nosotras también podre­mos’. Quizá, mi destino sea servir de ejemplo e imagen para que otras mujeres también puedan conseguirlo”, reflexiona.

Casa Anastasia Soare©CÉSAR VILLORIA
“Mi hija, Claudia, trabaja conmigo. Es la presidenta y la directora de ‘marketing’ y es fabulosa. Gracias a ella estoy en Instagram y tenemos veinte millones de seguidores”.

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