Van Gogh ocupa un lugar de honor en la historia de Arles. Enamorado del cielo azul de estas tierras, el maestro holandés llegó a Arles el 20 de febrero de 1888. Le acompañaba su amigo Paul Gauguin y su objetivo era doble. Quería crear, por un lado, una escuela de artistas y, por otro, deseaba recuperarse de sus problemas de salud. No alcanzó ninguna de sus metas. Su amigo Gauguin regresó al norte del país, él se cortó su famosa oreja y acabó recluido en el viejo Hôtel-dieu-Saint Esprit, una antigua casa de salud del siglo XVI, hoy un espacio cultural dedicado a él.
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De su etapa arlesiana, que abarcó 15 meses, quedaron para la historia 300 lienzos. Muchos de ellos se pueden disfrutar gracias a las reproducciones colocadas en los lugares donde se supone que el pintor instaló su caballete. El jardín público, el hospital, el café Van Gogh, los muelles del río Ródano o la necrópolis romana, conocida como Los Alyscamps y que sigue atrayendo a decenas de pintores como le ocurría al propio Van Gogh, forman parte de ese circuito peatonal que se puede realizar en esta ciudad de poco más de 50.000 habitantes, curiosamente una población similar a la de su época romana.