Hay una Alhambra suntuosa donde aquella dinastía que gobernó durante dos siglos y medio el último reino musulmán en la península expresó todo su sentido estético. El Mexuar y el Cuarto Dorado predisponen a penetrar en los palacios nazaríes de Arrayanes y Leones donde el sultán ejercía su poder y se ofrecía a los placeres de la vida. El estanque de Arrayanes refleja la torre de Comares, en cuyo interior se halla el solio (trono). Leones, en cambio, es un palacio recreado para el placer, la suntuosidad y la contemplación. Las 12 esculturas que sostienen la gran taza de mármol miran hacia las cuatro estancias palatinas, donde los adjetivos se agotan al contemplar la riqueza de las columnas, las yeserías, los arabescos y los mocárabes que cuelgan de las cúpulas.
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En un reino efímero y en permanente amenaza, el palacio de verano del sultán y su familia debía de estar al lado de su sede de gobierno. El Generalife fue durante varias generaciones la residencia donde los gobernantes se retiraban para descansar. Todo en este palacio está consagrado al deleite, en especial sus jardines, sus surtidores, el permanente silbido del agua que constituye la verdadera banda sonora de todo el conjunto monumental.