TERUEL

Visitas de autor por los pueblos del Maestrazgo más secreto

¿Cuántas veces has llegado a un pueblo perdido y te has quedado sin ver lo mejor porque estaba cerrado a cal y canto? En esta comarca turolense, la iniciativa «Abriendo Pueblos» tiene la llave para colarte en mazmorras góticas e iglesias templarias, viejas escuelas, hornos o esconjuraderos, donde se aplacaban plagas y tormentas. ¡O al menos lo intentaban!

Por Elena del Amo

La comarca del Maestrazgo apenas supera los 3000 habitantes. No es que se conozcan todos, claro, pero quienes trabajan en un mismo sector, y más si se trata del turismo, sí es fácil que se pongan cara y tengan cierta relación. Precisamente en los contactos, y en la confianza, se sustenta la iniciativa «Abriendo Pueblos», que la guía Serafina Buj presentó en 2018 al premio de Turismo Sostenible ‘Teruel Siente’, y con la que ganó en la categoría ‘Idea con Futuro’. Su proyecto consistía en hacer accesibles a los visitantes las entrañas de pueblos cargados de historia, pero tan despoblados que no hay nadie para atender sus monumentos. ¡Quién deja abierta la iglesia o el mejor caserón del entorno, con los expolios que muchos sufrieron cuando sus puertas permanecían de par en par!

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De algunos de estos lugares guarda la llave el párroco, de otros, algún vecino, a menudo alguien del Ayuntamiento… Serafina los conoce a todos, y se las prestan para que muestre sus secretos mejor guardados a un turismo interesado por la cultura que, en muchas ocasiones, es casi el único recurso económico de zonas de la España vacía como el Maestrazgo. Cargada pues con manojos de llaves aparece en sus visitas de autor, donde la ruta la diseña a la carta según los intereses de sus clientes y, en sus palabras, «sin prisa alguna; nunca nos van a cerrar un monumento, porque somos nosotros quienes los abrimos».

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Principalmente recibe familias o pequeños grupos de amigos que vienen a pasar el fin de semana o un puente, «aunque he tenido también gente de lo más especializada: desde una pareja de arquitectos de Barcelona que solo quería ver palacios renacentistas, hasta un octogenario que lo sabía todo sobre los molinos y estaba muy interesado en conocer el de Miravete», afirma, reconociendo que «son cosas que difícilmente podrían hacerse de no llevar las llaves, y lo que necesitamos es ponérselo fácil a quienes vienen a conocer nuestra zona y tanto contribuyen a darle vida a las casas y hotelitos rurales, los restaurantes y los cada vez menos comercios que van quedando por culpa de la despoblación».

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Si se lo piden, Serafina puede organizar rutas fuera de lo convencional por todo el Maestrazgo, como por su esquina más recóndita: el costado occidental de la comarca, donde los pueblos, a diferencia de los más grandes, ni siquiera tienen oficina de turismo. En Bordón muestra la mejor iglesia templaria de la zona y una de las neveras de piedra donde se conservaba la nieve antes de que se inventaran los frigoríficos. Muy cerca, en Tronchón aguardan mazmorras góticas, el horno o la quesería artesanal donde Pilar y su marido elaboran con leche cruda de oveja o cabra los quesos de este pueblo que ya alabara el Quijote. O su preciosa iglesia, cuyas llaves le confía el alcalde, y el lavadero, «durante siglos, el Sálvame del pueblo», bromea la guía.

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Cruzando tras Villarluengo la carretera panorámica The Silent Route –a cuya vera se alzan como cuchillos las empalizadas calcáreas de los Órganos de Montoro–, en el serrano Fortanete muestra su iglesia barroca y la antigua cárcel municipal, además de senderos para hacer luego por tu cuenta, como los que ponen rumbo hacia el castillo del Cid. Ya en Villarroya de los Pinares, uno de los rincones que siempre sorprende es el esconjuradero, donde antaño trataban de aplacarse tormentas de pedrisco, plagas o cualquier peligro para la cosecha, o el paseo hasta Allepuz, siguiendo los enormes hitos de piedra de un Camino Real. En Miravete, donde apenas viven cuatro almas en invierno, además de su trazado medieval podemos ver con Serafina desde huellas de dinosaurio hasta la maquinaria del antiguo molino que tanto interesaba a aquel visitante y, como le dicen por aquí, el «horno de pan cocer».

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Esta parte más escondida del Maestrazgo está sembrada de un patrimonio descomunal que habla de tiempos mejores, cuando sus pueblos albergaban mucha más población. Pero su naturaleza no se queda atrás. Imprescindibles el nacimiento del río Pitarque o los estrechos de Valloré, donde caminar por unas pasarelas de madera entre las paredes a la vertical que encajan el cauce del Guadalope. Hasta ellas se parte desde la diminuta aldea de Montoro de Mezquita, con hoy apenas siete habitantes. Raro será por aquí no echar un rato con Carmen, una auténtica enamorada de la zona que podría pasar horas describiendo lo mucho y bueno que no hay que perderse por aquí.

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Y es que en estos pueblos perdidos, los encuentros dan mucho juego, y más en compañía de Serafina. ¡Hasta los más ancianos la conocen! Cuando se paran a saludarla, es fácil sentir el regusto de orgullo de que venga gente de la ciudad a apreciar monumentos que ellos no sospechaban tuvieran tanto valor, a disfrutar de sus platos de cuchara y llevarse el maletero repleto de buenos quesos, buenos vinos y buenos aceites del Maestrazgo. O a curiosear entre los pupitres de madera y los nostálgicos mapas de España que adornan la escuela, cerrada ante la falta de niños y en la que, ellos sí, aprendieron hace mucho a leer, a escribir y a cantar de corrido las tablas de multiplicar.

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Podrás contactar con Serafina a través de su empresa (tguio.es). El precio para la jornada, cuando se trata de un grupito de unos ocho, rondará los 15 € por persona, aunque todo, incluido el diseño a la medida de la ruta, es adaptable al tiempo de los participantes, sus intereses y número de personas.

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