IMPRESCINDIBLE
Instalarse en un rorbu, las cabañas tradicionales de los pescadores de bacalao, y emprender cada día una excursión diferente. Desde caminar, cabalgar o montar en bici por sus mil y un senderos entre montañas y valles verdísimos, hasta surcar la recortada costa de sus islas en kayak o hacer snorkel en sus aguas árticas, salir a pescar o al encuentro de sus águilas marinas, focas, cachalotes y orcas.
Atravesar el archipiélago en bici, enfilando por los 230 kilómetros de la carretera turística nacional E10 que desde Raftsundet, dejando atrás una retahíla de coquetas villas pesqueras, culmina en el pueblito de Å.
Visitar el Museo Vikingo de las Lofoten, en la isla de Vestvågøy. En verano, se puede además probar suerte con el arco o el lanzamiento de hachas y hasta salir a navegar en un barco parecido a los que exhibe el museo, así como asistir al Festival Vikingo Lofotr.
El pueblito pesquero de Henningsvaer (en la imagen), la Venecia de Noruega, con mucho ambiente en verano y repartido en islitas pequeñas frente a la costa sur de la gran isla de Austvågøya.
Probar delicias como el verdadero salmón salvaje, fresquísimas truchas de sus ríos o los guisos de caza con reno o perdices. Imprescindible probar el bacalao del que siempre han vivido estas islas.
Tomar el ferri, en el que se permite embarcar el coche, para llegar a las islas Vesterålen, con unas montañas menos afiladas, quizá unos paisajes menos dramáticos, pero una oferta de actividades similar a Lofoten. Sus alicientes propios: el fiordo Trollfjord, el fotogénico pueblo pesquero de Nyksund, la carretera que recorre la costa de la isla de Andøya, la naturaleza intacta del Parque Nacional de Møysalen o el centro de la cultura sami Inga Sámi Siida.