Cristina de Suecia, la reina ilustrada

Por hola.com

La reina Cristina de Suecia (1626-1689) puede ser considerada como una de las mujeres más importantes del siglo XVII, no solo por su papel como Soberana de su nación por un periodo de más de veinte años, que terminó de forma abrupta con su abdicación, sino también por su compleja personalidad y su vastísima cultura. De hecho, el desarrollo de las artes en Europa debe mucho del papel desempeñado por la reina sueca, una vez que fue una incansable mecenas de intelectuales de todo el continente. Admirada aún hoy en día por sus compatriotas, la biografía de la reina Cristina de Suecia ocupa estas líneas.

Nace la futura Soberana sueca el 18 de diciembre de 1626 en el Castillo Real de las Tres Coronas en Estocolmo. Era hija del rey Gustavo Adolfo II (1594-1632) y de María Eleonora de Brandenburgo (1599-1655). El Rey había engendrado con anterioridad dos hijas, una nacida muerta y otra fallecida al año de vida, por lo que las expectativas en torno al tercer embarazo de la Reina habían sido muy grandes dentro de la Corte, que esperaba con ansías un heredero varón para el trono sueco. El nacimiento de una tercera niña fue recibido por tanto con decepción, no solo por la clase dirigente, sino incluso también por la madre de la criatura, quien, desencantada, nunca mostró el más mínimo afecto por su hija Cristina. Por el contrario, la reacción de su padre sería mucho más positiva, convirtiéndose desde un primer momento en la niña de sus ojos. Algunas crónicas relatan que la joven princesa acompañaba a su padre en sus viajes siendo aún apenas un bebé y que la pequeña disfrutaba especialmente con el sonido de los cañones. Sea como fuere, el Rey estaba convencido de la validez de su hija para sucederle en el trono por lo que a la edad de cuatro años no dudó en presentarla oficialmente como su Heredera, un gesto que fue recibido con no poca sorpresa en varias cortes europeas, acostumbradas a la llamada Ley Sálica, que obstaculizaba el acceso de las mujeres a la jefatura del estado.

Sin embargo la feliz infancia de la precoz Princesa se truncaría con la muerte de su padre, el Rey, en la Batalla de Lützen, uno de los episodios más conocidos de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), acontecido en 1632. La princesa Cristina se convierte así, con cinco años, en Reina de Suecia –si bien se nombró como regente hasta su mayoría de edad a Carl Gyllenhielm (1574-1650), hijo ilegítimo del rey Carlos IX (1550-1611) y como mano derecha de la pequeña a su tía, Catalina Vasa (1584-1638), una vez que la madre de la ya Reina había enloquecido tras la muerte de su marido.

La ya reina Cristina comienza entonces a recibir una educación propia de un príncipe heredero, supervisada por el teólogo Johannes Matthiae Gothus (1592-1670). La Soberana comenzaría así a convertirse en una de las mujeres más cultivadas del continente europeo, una vez que durante su formación no solo recibió instrucción militar –era una espadachín de primer orden-, sino que además fue iniciada en las más diversas escuelas filosóficas y artísticas, convirtiéndola en una erudita sin parangón. Los cronistas subrayan como la futura reina pasaba doce horas al día estudiando y como en un tiempo récord logró dominar varios idiomas, como el alemán, el francés, el español, el italiano y el latín.

En 1644 la Reina llega a su mayoría de edad por lo que es coronada de forma oficial como tal –aunque la ceremonia tardaría en celebrarse cuatro años a causa de la guerra que enfrentó a Suecia con Dinamarca-. Al cumplir los dieciocho años la Reina demuestra por primera vez su independencia y su carácter, al dejar constancia de sus diferencias políticas con el político más influyente de aquellos momentos, Axel Oxenstierna, Alto Canciller y Conde de Södermöre (1583-1654). A diferencia de éste, la Reina era una clara partidaria de una solución inmediata y pacífica para la participación de Suecia en la Guerra de los Treinta Años. La tensión entre el Canciller y la Reina fue notable, si bien se salvó con la victoria de la segunda, dando así la Reina un golpe de autoridad.

Sin embargo, si algo interesaba a la Reina no eran las intrigas palaciegas o los menesteres de la política, sino la cultura. Durante su reinado, la Soberana invitó a innumerables intelectuales de toda Europa a visitar la corte sueca y contribuir al desarrollo cultural del país escandinavo. Conocida es además su obsesión por acaparar libros, que leía de forma voraz. En 1650, la Reina invita al filósofo René Descartes (1596-1650) a Estocolmo y se reúne con él todos los días para discutir las más variopintas cuestiones metafísicas. Algunas fuentes incluso apuntan a que la muerte del pensador galo en la capital sueca se debió al agotamiento de los encuentros diarios y a horas intempestivas con la Reina.

Otra gran pasión de la Soberana sueca es el teatro, no solo como espectadora –a Suecia viajaron las mejores compañías de la época desde Italia o los Países Bajos- sino también como actriz, siendo protagonista de varios dramas escritos por Georg Stiernhielm (1598-1672), que se representaban con todo lujo en los salones del palacio real.

Quizás el contacto tan intenso con las más diversas manifestaciones culturales llevó a la Reina a cuestionarse sus principios más íntimos. Así, durante esta época –así lo demuestra su correspondencia con el jesuita italiano Paolo Casati (1617-1707)- la Soberana comenzaría a dudar de la validez del protestantismo, el culto oficial de su país, y a comenzar a sentir una evidente simpatía por el catolicismo. Unido a esta progresiva conversión religiosa –la Reina admiraba especialmente de la doctrina católica el celibato-, la Soberana comenzó a defender su derecho a no contraer matrimonio, institución que le desagradaba profundamente, tal y como ella subraya en su autobiografía en la que también afirma que su obsesión por el estudio no le dejaba tiempo para cuidarse o ser coqueta. De hecho la Reina sería conocida por llevar casi siempre ropas de hombre, mucho menos complicadas de vestir y de mantener que las ropas femeninas de la época.

Pese a que los historiadores actuales apuntan a la posibilidad de que la Reina hubiera mantenido algún romance tanto con hombres como con mujeres –el gran amor de la Soberana habría sido la noble Ebba Sparre (1629-1662)-, la Reina anuncia el 26 de febrero de 1649 que ha tomado la decisión de mantenerse soltera y de nombrar como sucesor al trono a su primo Carlos –el futuro Carlos Gustavo X (1622-1660)-. Poco después la Reina sufre una grave crisis nerviosa. Todo apunta a que su ritmo de vida –la Reina apenas duerme, combinando sus tareas de gobierno con sus estudios-. Pese a que se le recomienda descanso, la Soberana continúa con su frenético ritmo hasta que en 1654 anuncia que ha decidido abdicar. Aún hoy en día los historiadores se preguntan cuál fue la razón que llevó a la reina Cristina a abandonar el trono. La versión más fiable es la que apunta a que la corona era un obstáculo insalvable para su conversión al catolicismo.

Una vez que su primo Carlos Gustavo fue investido como Soberano, la Reina decide abandonar Suecia e instalarse en Amberes, donde disfruta de la vida cultural de la urbe flamenca. En diciembre de 1654 la antigua Soberana sueca se convierte discretamente al catolicismo en Bruselas. Tras ello, se dirige a Italia donde es recibida con todos los honores por el Papa Alejandro VII (1599-1667). La Reina se instala en el Palazzo Farnese, donde celebra casi todos los días veladas literarias, conciertos y representaciones teatrales. La Soberana disfruta de la libertad con innumerables amistades con los que departe hasta altas horas de la madrugada.

Las ambiciones políticas de la Reina no desaparecen por completo. En 1657 la Reina pretende convertirse en Reina de Nápoles en contra del mandato de España; en 1567 baraja asimismo convertirse en Reina de Polonia. Fracasa en ambas empresas y regresa a Roma, donde continúa con su vida dedicada a la cultura y al ocio. Durante este periodo la Reina escribe una autobiografía que nos ha llegado inconclusa. En febrero de 1689 mientras visita los templos de Campania, la Soberana sueca cae gravemente enferma. Poco después contrae una neumonía que resulta fatal. Cristina de Suecia fallece el 19 de abril de 1689. Sus restos mortales descansan en la Basílica de San Pedro en el Vaticano.