5/8Para el trayecto la Reina lució la corona de diamantes de Estado, todo un símbolo de su reinado y que reserva para las procesiones de apertura del Parlamento o para retratos oficiales. Sin embargo, antes de comenzar la ceremonia, tal y como manda la tradición, la soberana cambió esta pieza por la impresionante Corona Imperial del Estado. Una pieza hecha originalmente para la coronación de la reina Victoria en 1838 y que está repleta de piedras preciosas. En el centro de la cruz de la parte frontal lleva un rubí que, según cuenta la tradición, fue regalado al príncipe Negro por Pedro I el Cruel, Rey de Castilla. El zafiro de San Eduardo brilla en el centro de la cruz de diamantes que se sitúa sobre la esfera del mundo –también de brillantes-, una pieza aún más antigua. Se dice que lo lució San Eduardo en un anillo y que luego fue quitado de su tumba, en la abadía de Westminster, en el siglo XII. Bajó el rubí del príncipe Negro hay un fantástico diamante, conocido como la Segunda Estrella de África una piedra cuadrada de 317,40 quilates, cortada del gran diamante “Cullinan”. Finalmente, alternando con las cruces, hay unas flores de lis engarzadas con esmeraldas y rubíes. La corona había llegado al Parlamento en su propio coche, por delante del carruaje que llevaba a la Reina y escoltado por miembros de la Casa Real. Además de lucir está soberbia pieza, reflejo del poder del Imperio Británico, la soberna se cubrió con tradicional capa de armiño, cuya larga cola fue trasportada por cuatro jóvenes © Gtresonline / Redes sociales
Para el trayecto la Reina lució la corona de diamantes de Estado, todo un símbolo de su reinado y que reserva para las procesiones de apertura del Parlamento o para retratos oficiales. Al llegar, como mandan los cánones y la tradición, la soberana cambiara esta pieza por la impresionante Corona Imperial del Estado. Una pieza hecha originalmente para la coronación de la reina Victoria en 1838 y que está repleta de piedras preciosas. En el centro de la cruz «pateé» de la parte frontal lleva un rubí que, según cuenta la tradición, fue regalado al príncipe Negro por Pedro I el Cruel, Rey de Castilla. El zafiro de San Eduardo brilla en el centro de la cruz de diamantes que se sitúa sobre la esfera del mundo –también de brillantes-, una pieza aún más antigua. Se dice que lo lució San Eduardo en un anillo y que luego fue quitado de su tumba, en la abadía de Westminster, en el siglo XII. Bajó el rubí del príncipe Negro hay un fantástico diamante, conocido como la Segunda Estrella de África una piedra cuadrada de 317,40 quilates, cortada del gran diamante “Cullinan”. Finalmente, alternando con las cruces, hay unas flores de lis engarzadas con esmeraldas y rubíes. La corona había llegado al Parlamento en su propio coche, por delante del carruaje que llevaba a la Reina y escoltado por miembros de la Casa Real. Además de lucir está soberbia pieza, reflejo del poder del Imperio Británico, la soberna se cubrió con tradicional capa de armiño, cuya larga cola fue trasportada por cuatro jóvenes