La duquesa Enriqueta Ana, una inglesa en la corte francesa

Conocida como Minette, fue una de las mujeres con más peso político del siglo XVII

Por hola.com

Enriqueta Ana Estuardo (1644-1670) personifica, en su calidad de hija del rey Carlos I de Inglaterra (1600-1649) y de la reina Enriqueta María (1609-1669), la unión de dos de las grandes Casas Reales de la Historia de Europa, la de los Estuardo y la de los Borbón. Conocida familiarmente como Minette, Enriqueta es probablemente una de las mujeres con más peso político del siglo XVII, llegando a ser responsable directa del llamado Tratado secreto de Dover por el que Francia e Inglaterra prometían apoyarse mutuamente. Su importancia no se circunscribe solamente al terreno político, sino que Enriqueta fue también una de las primeras Princesas con un profundo amor por la cultura más elevada, como demuestra la correspondencia que mantuvo con literatos de primer orden de la época o su imponente colección de pinturas. El lado más oscuro de Enriqueta se encuentra en su esfera personal, una vez que su matrimonio con el Duque de Orleans, Felipe I (1640-1701) se caracterizó por las infidelidades de ambos consortes. Hoy pues repasamos la vida de Enriqueta Ana de Inglaterra, Duquesa de Orleans.

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Enriqueta Ana Estuardo nace el 16 de junio de 1644 en Bedford House, en Exeter, siendo la benjamina de los hijos nacidos del matrimonio del rey Carlos I de Inglaterra y Enriqueta María de Francia, hija ésta a su vez de Enrique IV de Francia (1553-1610) y de la toscana María de Médici (1575-1642). El nacimiento de la pequeña Enriqueta se dio en circunstancias extraordinarias, dado que se produjo en medio de las Guerra Civil Inglesa, que terminaría de hecho con la ejecución del Rey por decapitación por órdenes del Consejo de Estado que dirigiera Oliver Cromwell (1599-1658). Las circunstancias bélicas impedirían al Rey conocer a su hija hasta pasadas varias semanas – la Reina, embarazada, había huido de Oxford, lugar donde los realistas se refugiaban, por miedo a que su seguridad estuviera comprometida -, aunque después de verla se convertiría en la niña de sus ojos – “mi hija más bella”, solía decir el desafortunado Monarca a los que quisieran oírle -.

La integridad física de la más joven de las Princesas de Inglaterra no estaba garantizada en tierras inglesas, por lo que finalmente se decidió enviarla a Francia, la tierra de su familia materna, cuando la pequeña apenas contaba con dos años de edad. La Princesa fue recibida en tierras galas con los brazos abiertos. Junto a su madre fue alojada con todas las comodidades en un ala del Palacio del Louvre de París y concediéndosele además una generosa asignación económica, así como el uso y disfrute del Château de Saint-Germain-en-Laye – hoy sede del Museo Arqueológico Nacional de Francia -, situado a veinte kilómetros de la capital del Sena. Sin embargo, pese a la vida desahogada de la que disfrutaban, madre e hija vivían en un permanente estado de angustia, acongojadas por los hechos que se estaban desarrollando en Inglaterra. La noticia de la ejecución del Rey fue un varapalo descomunal para la Reina, quien desde ese momento mudó en una persona taciturna y melancólica.

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Con la terrible muerte del Monarca y la consiguiente proclamación de la república en Inglaterra, la reina Enriqueta María y su hija Enriqueta Ana no pudieron más que permanecer en Francia y convertirse en miembros de la Corte de Luis XIV (1638-1715). Estos años de largas jornadas en Versalles socializando con sus familiares maternos serían siempre recordados por la Enriqueta Ana como los mejores de su vida.

No será hasta 1660 cuando Inglaterra vuelva a convertirse en una Monarquía, personificada en el hijo mayor del difunto Rey y su esposa Enrique María, Carlos II (1630-1685). La noticia fue recibida en París con algarabía por la antigua Reina inglesa y la joven princesa Enriqueta Ana. De pronto las dos exiliadas, hasta ahora motivo de lástima para la mayoría de los cortesanos de Versalles, se convirtieron en auténticas atracciones de Palacio. No es extraño que la Princesa, ya una adolescente, comenzara a ser el centro de las miradas de no pocos pretendientes que, además de apreciar su innegable belleza, veían en ella un estimable partido. El candidato que terminaría consiguiendo su objetivo sería uno de los hermanos del Rey francés, Felipe, el Duque de Orleans.

Todo apunta a que el interés del Duque era puramente material y estratégico, dado que, hoy en día ha sido demostrado, su gusto por las mujeres era nulo. Sea como fuere, el Duque pediría la mano de la Princesa inglesa y ésta, empujada por su madre y por su hermano, el nuevo Rey de Inglaterra, quienes veían con buenos ojos una alianza simbólica con los franceses, terminaría aceptando.

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El matrimonio, memorable en su pompa y ostentación, se celebraría el último día de marzo de 1661. Los recién casados se instalarían en el Palacio de las Tullerías. Para sorpresa de muchos - que, de hecho, siempre dudarían de la paternidad del Duque apuntando a un supuesto antiguo amor de la Princesa, el Conde de Guiche (1637-1673), como probable padre - la Duquesa dio a luz a su primer retoño apenas un año después del enlace, María Luisa de Orleans (1662-1689), quien en el futuro se convertiría en Reina de España gracias a su matrimonio con Carlos II (1661-1700) –. En 1664 nacería el hijo varón de la pareja, Felipe (1664-1666), quien moriría con apenas dos años de edad, y, en 1669, Ana María (1669-1728).

La escasa relación con su marido y la muerte de su madre en 1669 llevan a la Duquesa a un estado rayano en la depresión. Quizás como forma de evasión, Enriqueta comienza a interesarse por los asuntos de la política, convirtiéndose en poco tiempo en una suerte de diplomática de primer nivel. Su afán no era otro que mejorar las relaciones entre los dos países que le eran afines, esto es Francia e Inglaterra. Los esfuerzos por encontrar una alianza entre estas dos naciones tradicionalmente mal avenidas terminarían con la firma de un acuerdo secreto, el Tratado de Dover, firmado en 1670, por el que franceses e ingleses se comprometían a ayudarse mutuamente – Francia pondría todos los medios para que Inglaterra volviera a ser una nación católica, el sueño del rey Carlos II, e Inglaterra colaboraría codo con codo con Francia para que los Países Bajos fueran conquistados por el ejército galo-.

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Enriqueta, convertida en una política de élite – lo que despertaría el recelo de su marido, un hombre sin ninguna relevancia estratégica dentro de las estructuras de poder francesas – no puede apenas celebrar su éxito diplomático. Fuertes dolores de estómago la atormentan desde hace meses. La Duquesa está convencida de que está siendo envenenada, confesando sus sospechas a varios miembros de su séquito. Este extremo hoy en día se pone en duda, confirmando de hecho la conclusión de la autopsia que se llevó a cabo tras la muerte de la Duquesa, en la que se apuntaba como causa del fallecimiento una gastroenteritis aguda y mal tratada -. A primeras horas del 30 de junio de 1670, la duquesa Enriqueta Ana moría, siendo enterrados sus restos mortales en la Real Basílica de Saint Denis. Su marido, que volvería a casar poco tiempo después con Isabel Carlota del Palatinado (1652-1722) – con la que tendría tres hijos -, moriría en 1701.