Una mirada a la idílica infancia del príncipe Guillermo al lado de su madre, la princesa Diana

Por hola.com

 

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La anécdota es harto conocida: cuando el príncipe Guillermo tenía siete años, le dijo a su madre que quería ser policía de mayor. "Ah, no. Tú no puedes", le respondió su hermano pequeño, el príncipe Harry. "Tienes que ser Rey", zanjó. A una edad muy temprana el hijo mayor de los príncipes Carlos y Diana ya soportaba una pesada carga sobre sus pequeños hombros, aunque nunca supuso un lastre. Gracias al firme compromiso de sus padres de que tanto él como su hermano tuvieran una educación normal, el príncipe Guillermo pudo disfrutar de una bonita infancia y relativamente convencional, a pesar de su condición de Heredero. Enfoque que seguramente los Duques de Cambridge adopten para educar a sus hijos, que como el Príncipe crecerán también bajo la atenta mirada de los medios de comunicación.

Como él, el futuro hijo de la pareja, que se espera que nazca en 2013, crecerá en el Palacio de Kensington; como él, el crío se quedará al cuidado de niñeras e institutrices cuando los ocupados Duques lo estimen oportuno para cumplir con sus compromisos oficiales –puede que como los Herederos de Dinamarca sólo reclamen su ayuda cuando salgan del país en viajes y giras oficiales y opten por cuidar personalmente a su hijo mientras se encuentren en casa-, y como él, cuando el pequeño crezca se formará en la escuela local junto a sus iguales, compañeros de su edad, y no con tutores privados –una tradición comenzada por el príncipe Carlos. En definitiva, como sus padres hicieran durante su infancia, los Duques de Cambridge harán también malabarismos para conseguir el buscado equilibrio entre el interés público y el deseo de padres de proteger a sus hijos para que disfruten de una niñez despreocupada y feliz.

No resultó fácil a la Princesa de Gales encontrar ese término medio. El antiguo secretario de la princesa Diana, Patrick Jephson, recuerda que le dijo a su hijo mayor en repetidas ocasiones que había nacido para cumplir un deber y que se convertiría en una magnífica oportunidad para utilizar su influencia a favor de esos menos afortunados que él. Se aseguró de que sus hijos comprendieran el privilegio de su posición, pero también de que no faltara normalidad a su extraordinaria vida. Así que unas veces llevaba a sus chicos a refugios de gente sin hogar y otras a parques de atracciones temáticos, restaurantes, tiendas de videojuegos... Sin olvidar prodigarles con muestras de cariño en los ratos juntos: “Los abrazos pueden hacer mucho bien, especialmente a los niños”.