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EXCLUSIVA. Doña Cristina vuelve a sonreír: las imágenes no vistas y los detalles no contados de su visita a España

Descubrimos cómo ha sido el emocionante viaje de la infanta Cristina

Doña Cristina ha vivido un emotivo regreso a casa. En su viaje a Madrid, ha disfrutado de momentos familiares inolvidables y, sobre todo, ha dejado atrás los meses más complicados. Como se puede ver en estas imágenes que ¡HOLA! ofrece, en exclusiva, ha vuelto a recuperar la sonrisa.

Nada más aterrizar, doña Cristina se fue a la Zarzuela. Allí la esperaba su madre, la Reina doña Sofía, con todo organizado para el aniversario de su inseparable y adorada hermana. La princesa Irene cumplió ochenta años el 11 de mayo y no podía perderse la fiesta de una tía tan querida. Tanto que Irene, su única hija, lleva su nombre, aunque es la infanta Sofía la que guarda un enorme parecido con su tía abuela.

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Nada más aterrizar, doña Cristina se fue a la Zarzuela, donde la esperaba su madre, la Reina doña Sofía.

Su cumpleaños se celebró en la Zarzuela y en la intimidad, como todos los aniversarios de palacio, y fue una gran oportunidad para que doña Cristina volviera a reunirse con su familia, aunque no se ha podido confirmar que tuviera un encuentro con su hermano, Felipe VI.

Hasta hace algunos años, doña Irene vivía a caballo entre India, Grecia y España, pero ahora reside de manera casi permanente en la Zarzuela. Tiene nacionalidad española desde 2018 y suele decir: “En España estoy como en casa”. Irene de Grecia, a la que llaman tía ‘Pecu’, por su carácter peculiar, nunca se casó y le hubiera gustado tener hijos, pero, como suele decir, tiene sobrinos a los que adora y que la ven como una segunda madre.

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Tras los meses más complicados, la infanta Cristina vuelve a sonreír.

Falso

La infanta Cristina pasó el día con ellas. No se habían visto desde marzo y tenían mucho de qué hablar. Empezando, seguramente, por el divorcio, que sigue su curso, aunque no hayan iniciado los trámites. Las imágenes de Iñaki Urdangarín y Ainhoa Armentia, tomadas al norte de Biarritz, el pasado enero, fueron un shock para la infanta, pero también para su familia, y, desde entonces, todos se han volcado con ella y sus hijos. Don Juan Carlos desde Abu Dabi —fue el primero en el que buscó consejo y apoyo— y doña Sofía desde Madrid. Tanto en las llamadas continuas de teléfono como en sus visitas a la Zarzuela, a la infanta nunca le faltó el amor ni el consuelo de su madre.

Las informaciones publicadas en las últimas semanas hablando del distanciamiento entre ellas no se corresponden con la realidad y son rotundamente falsas. Doña Sofía quiere a sus hijos por encima de todo y siempre está a su lado cuando la necesitan, lo que no significa que tenga que demostrarlo de manera pública. Son cosas de familia y se quedan en casa.

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Espíritu deportivo

El 13 de junio cumplirá cincuenta y siete años y la vida de doña Cristina sigue. Lo vimos el jueves por la mañana, cuando retomó los actos públicos para revivir uno de los momentos más importantes de su pasado con espíritu deportivo y entre leyendas del deporte. El otro mundo al que siempre ha estado ligada y que la llevó a conocer a Urdangarin, en Atlan­ta. Era todo sonrisas y parecía otra, aunque sigue llevando su anillo de casada. Desde el minuto uno, cuando llegó a su asiento, acompañada de Alejandro Blanco, presidente del COE, saludando a manos llenas, hasta el final del acto. El gran evento con el que el Comité Olímpico Español rindió homenaje, el día 12, a los atletas españoles que representaron a España en los Juegos Olímpicos de invierno en Calgary y de verano en Seúl, en 1988. Juegos Olímpicos en los que España obtuvo cuatro medallas (un oro, una plata y dos bronces), además de 14 diplomas, entre ellos el conseguido por la añorada Blanca Fernández Ochoa, el único (en esquí alpino) galardón alcanzado en Calgary.

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‘Realmente indescriptibles’

La infanta participó en los juegos de Seúl en calidad de reserva del equipo 470 femenino de vela —aunque tomó parte en la última regata de la clase tornado ‘Azur de Puig’ bahía de Busan— y fue la abanderada de la delegación española en la jornada inaugural, la primera mujer que recibía este honor en unos Juegos Olímpicos de verano. Hecho del que fueron testigos la Reina Sofía y su hermano, el ahora Rey Felipe VI.

Treinta y cuatro años después de aquella inolvidable cita, y al igual que sus compañeros, recogió el diploma de reconocimiento en el mismo estrado al que, minutos antes, se había subido junto a la esquiadora Ainhoa Ibarra, abanderada en los Juegos Olímpicos de invierno de Calgary en 1988. Allí, en una gala donde reconoció que se lo había pasado muy bien, predominaron las emociones y los abrazos entre antiguos compañeros, señaló que el “estar ahí, el haber llegado con todo el equipo… y llevar la bandera y estar en unos juegos es una emoción y una sensación realmente indescriptibles”.

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