Amalia de Oldenburgo, la primera Reina de Grecia

Por hola.com

La reina Amalia, de origen alemán, fue la primera Soberana griega de la época moderna, al ser la esposa del rey Otto (1815-1867), quien fue investido como Jefe de Estado heleno en la Convención de Londres de 1832. Amalia de Grecia fue en primera instancia una reina querida y admirada por sus súbditos, si bien con el paso del tiempo su tendencia a inmiscuirse en los problemas políticos griegos llevaría a convertirla en una figura controvertida y odiada por una parte de la población, hasta el punto de ser víctima de un intento de asesinato. Los últimos años de vida los pasaría la Reina en el exilio, después de que ella y su marido fueran expulsados de Grecia de una forma onerosa. En estas líneas repasamos su biografía.

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Nace la futura reina helena el 21 de diciembre de 1818 en Oldenburgo, siendo la primogénita del gran duque de Oldenburgo Augusto (1783-1853) y de la primera esposa de éste, la princesa Adelaida de Anhalt-Bernburg-Schaumburg-Hoym (1800-1820). Los primeros años de Amalia –quien ostentaba por nacimiento el título de Princesa- quedan irremisiblemente marcados por la muerte de su madre, cuando la Princesa tenía dos años y su única hermana, Federica (1820-1891), apenas unos meses de vida. El Gran Duque casaría rápidamente en segundas nupcias con la hermana de la finada, la princesa Ida (1804-1828), quien se haría cargo de la educación de su sobrina. La relación de la princesa Amalia con su tía y tutora fue excepcional. Sin embargo, el infortunio volvió a golpear a la familia cuando en 1828 la princesa Ida fallecía, como su hermana, de forma prematura. El Gran Duque se casaría entonces una tercera vez, en aquella ocasión con Cecilia de Suecia (1807-1844), hija del depuesto rey sueco Gustavo Adolfo IV (1778-1837). La Princesa nórdica no se mostró tan dispuesta a hacerse cargo de las pequeñas hijas de su marido, sino que se interesaría mucho más por la música, una vez que era una compositora notable. Así, Amalia terminaría siendo criada por su institutriz. La joven Princesa pronto destacó por su inteligencia y su facilidad para aprender idiomas, así como por su afición a la equitación, la caza, la danza o el teatro.

Mientras, en Grecia, la autonomía del país había sido reconocida en 1829 tras la larga ocupación turca. En 1832, a través de la llamada Convención de Londres, las potencias occidentales hicieron de Grecia una monarquía. Después de barajar varios nombres como posibles monarcas –entre ellos el del portugués Pedro de Braganza (1798-1834), quien había sido Rey de Brasil hasta su abdicación en 1831-, británicos, franceses y rusos se decidieron por el alemán Otto de Wittelsbach, Príncipe de Baviera, segundo hijo del rey Luis I de Baviera (1786-1868), y con una lejana ascendencia griega, concretamente de las dinastías Kommenos – responsable de la fundación del llamado Imperio de Trebisonda - y Laskaris – responsable de la gobernación del Imperio de Nicea en el siglo XIII-. El joven Rey, que apenas contaba con dieciocho años, había llegado a Grecia en compañía de 3.500 soldados bávaros y sin hablar una palabra del idioma griego. La acogida del pueblo heleno solo puede ser calificada como de fría, cuando no de hostil, pese a los intentos del monarca por familiarizarse con su nuevo país, adaptando, por ejemplo, su nombre a la lengua griega, pasando del teutón Otto al griego Othon. Los asesores del Rey llegaron a la conclusión de que era indispensable que el joven monarca contrajera matrimonio y que tuviera un descendiente con celeridad, de modo que la nueva dinastía griega echara raíces y dejara de ser vista como una imposición extranjera.

De este modo, la búsqueda de una candidata a contraer matrimonio con el Rey griego dio comienzo. Según la versión más optimista, el Rey, tras tres años de mandato en tierras helenas, habría viajado a su tierra natal y, en una excursión a Oldenburgo, habría conocido por azar a la princesa Amalia. El flechazo habría sido mutuo y habría dado paso a una apasionada historia de amor. Según otras fuentes más prosaicas, el compromiso de la Princesa alemana con el Rey griego habría sido obra única y exclusivamente del padre del novio, el rey Luis. Sea como fuere, la boda entre ambos –la novia católica y el novio de creencias protestantes- se celebró el 22 de noviembre de 1836 en tierras de la novia.

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Poco después la ya reina Amalia llega a Grecia. El pueblo griego queda gratamente sorprendido por la joven monarca, especialmente por su figura esbelta, sus rasgos dulces, su bella cabellera y sus exquisitas maneras. En definitiva, la reina Amalia fue una bocanada de aire fresco en un país empobrecido y enmarañado en un sinfín de conflictos políticos y sociales. Por su parte, la Reina quedó prendada del exotismo de su nuevo país, de sus bellísimos paisajes y, sobre todo, de su riquísimo folclore. Su fascinación se dirigió, sobre todo, a los trajes tradicionales griegos. La Reina adapta el estilo de las vestimentas típicas de diferentes partes de la nación helena y crea el llamado “Vestido de Amalia”, una suerte de reinterpretación romántica de la moda griega más enraizada y que con el paso del tiempo se convertirá en uno de los símbolos del país.

La Soberana no solo será recordada por haber inventado un vestido célebre, sino también por su extraordinaria labor en pos del embellecimiento de la capital de Grecia, Atenas. A la reina Amalia se debe la creación, por ejemplo, de los jardines que hoy llevan el nombre de Jardín Nacional de Atenas, un espectacular espacio verde de 160.000 metros cuadrados repleto de plantas llegadas de los lugares más remotos del planeta y que fue diseñado por encargo directo de la Soberana por el botanista alemán Friedrich Schmidt. Sus esfuerzos por mejorar su país de acogida así como su carácter y atractivo físico cautivaron al pueblo griego. A diferencia de su marido, mucho menos diestro en el asunto, la Reina pronto dominó la lengua griega. Sus apariciones en las fiestas y bailes de Palacio eran memorables. Tal y como un testigo apuntaba, la Soberana era “la Reina más bella que jamás haya visto”. No era raro ver a la Reina, a caballo, vestida con su “Vestido de Amalia” por los caminos de Grecia, conociendo su país palmo a palmo y hablando con sus súbditos de tú a tú.

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Dos aspectos, sin embargo, harían mella en la excelente imagen de la Reina. Por un lado, la Reina, con su exultante personalidad, no podía ser solo una simple consorte. Progresivamente fue involucrándose en la gobernación del país, bien aconsejando a su marido, bien tomando decisiones políticas de forma autónoma. Por otro, la incapacidad de la pareja por engendrar a un heredero. Mucho se ha escrito sobre este aspecto. Algunas fuentes indican la posible impotencia del rey Otto –se apuntó incluso a que ésta sería provocada por el uso de la típica falda masculina fustanela-, otras que la culpable era la Reina. En este sentido está documentado que la Soberana fue sometida a diversas terapias de fertilización.

El descontento con los Reyes, que cada vez más fueron tildados de extranjeros por sus rivales, fue creciendo. En 1843 una serie de militares, apoyados por una gran parte de la población, se rebela contra el Rey y le exige que apruebe una constitución. El Rey acepta, si bien la Reina se muestra totalmente en contra. La animadversión contra la Soberana crece y llega a su cénit el 6 de septiembre de 1861 cuando un estudiante antimonárquico de nombre Aristeidis Dosios (1844-1881) intenta asesinar a la reina Amalia a tiros. La Soberana sale ilesa del intento de regicidio y Dosios es condenado a muerte. Finalmente, y por intermediación de la propia Reina, su pena es conmutada en reclusión perpetua. La situación de los Reyes en Grecia es, en todo caso, prácticamente insostenible.

Un año después del atentado, mientras los Reyes se encuentran de gira oficial por el Peloponeso, se produce un nuevo golpe de estado en Atenas. Los aliados del rey, esto es Gran Bretaña, Francia y Rusia, piden al Soberano que no lo reprima y le invita a refugiarse junto con su esposa en un navío inglés que navega en aguas griegas. Humillados, los Reyes ponen rumbo de regreso a Baviera. Jamás volverán a pisar tierra griega.

Los últimos años de sus vidas transcurren en Alemania, donde los Reyes viven sumidos en la tristeza y en el recuerdo de su paso por Grecia. La leyenda afirma incluso que los Soberanos se hablan en griego entre ellos, intentado así, no olvidar su pasado glorioso como Reyes helenos. El rey Otto morirá en 1867. La Reina sobreviviría a su marido varios años, falleciendo el 20 de mayo de 1875 en Bamberg. Los restos mortales de ambos están enterrados en el panteón de la Iglesia de los Teatinos y San Cayetano de Múnich.