Isabel de Parma, Infanta de España y Archiduquesa de Austria

Por hola.com

Isabel de Borbón-Parma (1741-1763), Infanta de España y Princesa de Parma se convirtió gracias a su matrimonio con José II de Austria (1741-1790) en Archiduquesa austriaca. Sin embargo, su estancia en la corte centroeuropea estuvo marcada por la tristeza y la melancolía. No obstante, la figura de la archiduquesa Isabel no sólo se caracterizó por la aflicción. Mujer inteligente y brillante intelectual, en este artículo hacemos un repaso a su vida.

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Isabel María Luisa Antonieta Fernanda Josefa Saveria Doménica Juana de Borbón-Parma nació el último día de 1741 en Madrid, concretamente en el Palacio del Buen Retiro. Isabel fue la primogénita del Felipe I de Parma y de Luisa Isabel de Francia, la hija mayor del rey Luis XV de Francia. El matrimonio de sus padres, en el que el afecto brillaba por su ausencia, marcaría de forma profunda a la pequeña Isabel. Además su madre, muy joven —había desposado a los doce años y dado a luz por primera vez a los catorce—, nunca llegaría a hacer las veces de madre, lo que acabaría desencadenando en una relación fría entre madre e hija. En 1748, contando Isabel con siete años, la familia se traslada a Parma, donde la futura Archiduquesa de Austria pasará diez años de su vida. Es durante este periodo italiano cuando su madre fallecería de viruela, lo que produciría una profunda impresión en Isabel. A partir de ese momento, la joven Princesa llegaría a obsesionarse con la idea de la muerte —de hecho estaba convencida de que fallecería de forma prematura— y a mostrarse en público siempre apesadumbrada y melancólica. Actualmente, los historiadores consideran que Isabel de Parma padecía una grave depresión de la que nunca fue tratada.

En cualquiera de los casos, con diecisiete años, la joven Isabel fue designada para contraer matrimonio con el heredero a la corona austriaca, el futuro José II de Austria, primogénito de Maria Teresa I de Austria y Francisco I del Sacro Imperio Romano Germánico. Una primera ceremonia, por poderes, se celebró en Padua en 1758, mientras que la boda definitiva, con toda la pompa y circunstancia esperadas, se produciría en 1760 en Viena, después de que Isabel se trasladara a tierras austriacas escoltada por José Venceslao de Liechtenstein.

Pese a que fue un matrimonio del todo concertado, al menos por parte del archiduque José sí que terminó germinando el amor por su esposa. El hecho de que Isabel fuera una joven muy preparada —lectora ávida de filosofía, matemática notable y violinista talentosa — fue clave para que el Archiduque —muy serio y tímido por su parte — se quedara prendado de su mujer. Sin embargo la atracción no sería correspondida por Isabel que poco después de llegar a la corte encontraría el objeto de sus deseos en la hermana de su esposo.

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Ya desde el mismo momento del enlace, el Archiduque se percató del carácter taciturno de su esposa. Pese a que intentó agasajarla con todo tipo de regalos, su actitud no cambió hasta que conociera a su cuñada María Cristina de Habsburgo-Lorena (1742-1798). Ésta, conocida familiarmente como Mimi, representaba en su forma de ser las antípodas de Isabel, habida cuenta de su sempiterna alegría, su fino sentido del humor y su cordialidad extrema. Quizás las personalidades enfrentadas de ambas fueran la razón del comienzo de una relación caracterizada por la complicidad más absoluta — siempre estaban juntas compartiendo su pasión por la música, la literatura, o sencillamente paseando animadamente por los jardines de Palacio — y por una pasión que ha quedado reflejada en las innumerables cartas de amor que se conservan.

La relación de la Archiduquesa y de su cuñada, ambas mujeres casadas, no pasó desapercibida a los ojos de la conservadora corte austriaca. La archiduquesa Isabel, lejos de amilanarse con las críticas y los correveidiles que se extendían por palacio, decidió escribir un pequeño librito de naturaleza filosófica, titulado Tratado sobre los hombres en el que, con asombrosa modernidad, se adelantaba al mucho más tardío movimiento feminista.

Entretanto la Archiduquesa, a finales de 1761, se quedó embarazada. La gestación de la que sería su primera hija, María Teresa de Habsburgo, fue terrible. Durante los nueve meses de embarazo Isabel fue presa de unos horribles dolores de cabeza que la mantenían casi siempre postrada. Al poco tiempo comenzó a sufrir igualmente graves sangrados. La Archiduquesa, pese al suplició que estaba experimentando, se entregó desde el lecho a escribir de forma casi convulsa sobre los más diversos temas, desde ensayos francófilos a estudios sobre pedagogía. Finalmente la pequeña Teresa nacería el 20 de marzo de 1762. El parto fue, según relatan las crónicas, más que dramático, hasta el punto que la Archiduquesa tuvo que guardar seis semanas de cama tras el alumbramiento.

El nacimiento de su hija agravó la melancolía de la archiduquesa Isabel, llegando a anunciar a varias damas de la corte que su final estaba cerca y afirmando en una de sus cartas que “la muerte es buena” y que “todo me despierta el deseo de morir pronto”. La situación no mejoró en 1762, después de sufrir dos abortos naturales que la afectaron tanto física como sobre todo psicológicamente. Por si fuera poco, la emperatriz María Teresa, suegra de la Archiduquesa, no cejaba en insistir en la necesidad de que su hijo tuviera un hijo barón que garantizara la sucesión. Finalmente, en 1763, la Archiduquesa quedó de nuevo en cinta. Pese a que durante los primeros meses parecía que a gestación sería menos problemática, a los seis meses la Archiduquesa contrajo viruela. Gravemente enferma, en noviembre, dio a luz a su segunda hija, Cristina de Habsburgo, que apenas sobrevivió unas pocas horas. Tras cinco días de agonía la archiduquesa Isabel, con 21 años, fallece el 27 de noviembre de 1763. Su marido, roto de dolor, escribió al padre de Isabel que con la muerte de ésta había “perdido todo” y que en adelante a duras penas podría seguir viviendo.

Sin embargo, el hecho de que la Archiduquesa no hubiera dado a luz a un heredero varón, fue razón suficiente para que la emperatriz María Teresa impusiera a su hijo un nuevo matrimonio, cuando ni siquiera los restos de Isabel habían encontrado cristiana sepultura. Pese a negarse en un principio, José II de Austria finalmente aceptaría el matrimonio con Josefa de Baviera (1739-1767), con la que no obstante tampoco llegaría a tener descendencia y que fallecería igualmente por los estragos de la viruela pocos años después.

El archiduque José II, convertido en Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico no volvería a casarse. En esta decisión tuvo mucho que ver el profundo varapalo que supuso la muerte en 1770 de su única hija, la pequeña María Teresa, a causa de pleuritis sin haber cumplido aún los ocho años.

La vida de la archiduquesa Isabel de Austria es raramente recordada. Sin embargo, a diferencia de muchas de sus contemporáneas, más dadas a la vida cortesana y a la maternidad, la Archiduquesa supo hacer uso de su libertad y llevar una vida poco común en aquellos tiempos, como demuestra su notable producción ensayística.