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Boucheron, alta joyería francesa

Cuando el arte se convierte en joya inevitablemente se habla de Boucheron. Como presagio de un acontecimiento placentero, basta con cruzar la noble entrada a su casa de joyas, para sentir la atmósfera creativa de esta saga de joyeros que comenzó dos siglos atrás y perdura hoy en día demostrando su absoluta vigencia. El presidente de la firma, Alain Boucheron, hijo, nieto y biznieto de joyeros, por lo tanto cuarta generación, sale a mi encuentro y me dirige los pasos a su formidable despacho repleto de alusiones a su increíble familia que comienza su magistral andadura en pleno apogeo del Segundo Imperio francés, cuando Napoleón III convirtió al París renovado por el Barón Haussmann en el centro del universo y la bella española Eugenia de Montijo, su radiante esposa, dictaba la moda.

Fréderic Boucheron, el fundador, abrió su primera tienda en los jardines del Palacio Real cosechando un éxito inmediato. Al oropel de esa época respondió con inventiva y encanto, dos virtudes infalibles cuando se habla de joyas. Los estilos neogriego, etrusco, romano y egipcio florecieron y la Emperatriz se desenvolvía entre guirnaldas floreadas, rosas, aljabas y lazos. Fréderic se inspiró en estas tendencias y diseño las joyas de las mujeres más elegantes de entonces, seguidoras de la moda. Y entre ellas la frase “el estilo especial sólo lo tiene Bourcheron” era como un mantra que se oía en todas partes. La particularidad de Boucheron de aquellos años aún se respira por toda la tienda. Su amor por la Naturaleza le confería el inmenso poder de imitarla fielmente. “Creaba moda”, afirma Alain, interpretando flores de cardo, hojas de plátano, ramos de flores campestres, que transforma en gargantillas, collares... Lanzó también los esmaltes translucidos donde demostró su autoridad incuestionable. Este inventor iba creando cierres de muelles, arandelas de diamantes perforadas para separar los collares de perlas, incrustaciones de oro sobre acero, mezclas de materiales simples en las que nadie había pensado hasta entonces, como, por ejemplo, el cristal de roca y la madera combinadas con las piedras más raras. En 1893 se instaló de forma definitiva en la tienda en donde me encuentro y que fue el hotel de la misteriosa Condesa de Castiglione, dama que dio mucho que hablar. Entre los años 1867 y 1894 recibió todos los honores: medalla de oro de París, Diploma de Honor de Viena, La Cruz de la Legión de Honor en la Exposición de Filadelfia, Gran Premio y la Cruz de Oficial de la Legión de Honor de París. El descubrimiento de las minas de diamante de Afrecha del Sur y la apertura del mercado americano hicieron del él un joyero célebre. Como precursor del futuro, Fréderic abrió una sucursal en Moscú poco antes de su muerte acontecida en 1902. Louis Boucheron, el hijo, que era en realidad ingeniero civil de Caminos, Canales y Puertos y Licenciado en Derecho y Juez en el Tribunal de Comercio, fue educado en la tradición familiar y se puso al frente del destino de la casa. En 1930 abrió otras sucursal en Londres y creó en Nueva York la “Boucheron Company Incorpored”. Las exposiciones eran continuas, “hasta que estalló la Primera Guerra”, se lamenta Alain ya que fueron detenidas todas las actividades; sin embargo a esta debacle le continúan”Los años locos” y Louis capta rápidamente la audacia del cubismo, de los ballets rusos, de la abstracción geométrica...el arte se mezcla y convive maravillosamente al lado de las más increíbles joyas. En la Exposición Internacional de 1937, la estrella de la casa fue el suntuoso collar de diamantes que el Rey Farouk de Egipto le regala a su esposa el día de la boda. Fred y Gerard, el primero era el mayor y se dedicó a investigar y seleccionar las piedras preciosas, el pequeño, formando un productivo tandem optó por desarrollar la firma, prestando especial atención a la creación de modelos. Durante la Segunda Guerra de nuevo hubo un parón, pero tras la liberación de parís, los negocios y la creación resurgieron con fuerzas innovadoras. En 1947 Boucheron expone en El Cairo, e interpreta la época de las plumas, los multicolores y de los “separables”, permitiendo a la mujer enjoyarse según su estado de ánimo, gracias a un juego de bisagras secretas. De este modo, los collares Boucheron se convierten en clips, brazaletes, diademas, adornos para el cabello... Alain, como todos los miembros de la dinastía, a quien su padre decidió en los años setenta entregar las riendas del negocio a pesar de su juventud, siempre ha vivido en el universo de la joyería. Ha colaborado con Lloyds en Londres y después en Nueva York, en Wall Street. Pasó varios meses en los talleres de un lapidario, del que guarda muy buenos recuerdos, según me confiesa, entusiasmado al evocar sus años jóvenes. Ahora, pasados los cuarenta, Alain ha recorrido el mundo entero varias veces y reconoce llevar una vida frenética que el hace realizar más de 800 horas de vuelo al año. Reconoce que le encantan las fiestas, visitar exposiciones y coleccionar joyas antiguas. En su prestigiosa Casa de paredes de terciopelo verde, su color favorito, se dedica a la creación y en los últimos años ha redescubierto el cristal de roca y ha rehabilitado el lapislázuli, el coral, el ojo de tigre, el ónice, la turmalina..”porque lo que importa es el soporte y el diseño”, asegura Alain, demostrando su pasión por las piedras de todo tipo y origen. Finalmente, y como muestra de su entusiasmo para darse a conocer al gran público, Boucheron ha presentado en poco tiempo varios perfumes para hombre y mujer que llevan ostensiblemente su personalidad como representación de la joyería al contenerse en envases de clara inspiración joyera. Casi tres horas después, doy por terminada mi visita a este emblemático lugar, cuna de las piezas más impresionantes que pueda portar una mujer.

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