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El Louvre de París se convirtió por una noche en un templo tibetano. La sala, un poco oscura, y el olor a incienso quemado daban, desde el principio, un toque mágico al show.
Y es que poner al público en ambiente es una de las armas secretas de Jean-Paul Gaultier. El modisto trasladó desde la capital gala al lejano oriente a lo más exquisito de la sociedad parisina (siempre presente en sus desfiles), así como a críticos, periodistas y fotógrafos que se imaginaron por unos momentos en el Tibet, dedicados a la meditación.
Como si de un río multicolor se tratase, las modelos fueron desfilando lentamente por la pasarela, todas con el pelo recogido en trencitas.
Vestidas fundamentalmente en colores amarillo sol y naranja mandarina, y envueltas en pantalones estilo pijama, faldas hasta los tobillos, tops drapeados y largas túnicas, parecía que también ellas iban a levitar en cualquier momento.
El look mostrado por Gaultier para la primavera-verano del 2002 era como de modernas Lamas, con vestidos en gasas, sedas y con un toque de tela vaquera.
El diseñador francés logró así convertir la pasarela en un oasis de paz y tranquilidad, que contrastaba con los aires de guerra que resuenan en todo el mundo.
Gaultier, que estuvo ausente en la muestra de la moda masculina que se celebró el pasado mes de junio, quiso también potenciar la ropa para hombre regresando a sus orígenes, al genuino Gaultier Style:chaquetas cortas, pantalones amplios de cordón, trajes de chaqueta con falda, y grandes túnicas con capucha, creando un hombre misterioso y sexy.
Y en algunas capuchas estaba escrita la palabra francesa vrai que en castellano significa "verdad", como si en la búsqueda de ésta se encontrara el camino hacia un verano en paz.
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