Dime cómo te relacionas y te diré qué clase de apego tienes

La forma en la que fuimos criados determina, en gran medida, la manera en la que nos relacionamos en la edad adulta.

Por Laura Bech

El psicoanalista inglés John Bowlby fue de los primeros en desarrollar la teoría del apego entre los niños y sus padres, allá por la década del 50.  En esta realizaba una serie de clasificaciones del vínculo que un menor, especialmente entre los seis meses y los dos años, mantiene con las personas responsables de su cuidado. 

Si nos sentimos temerosos, inseguros o por el contrario tenemos una visión armoniosa del mundo y estamos a gusto con los demás está influenciado por la forma en la que nos relacionamos con nuestros padres o cuidadores durante los primeros años de vida.

El apego seguro

El apego seguro es el más saludable y el que, en la edad adulta, mejor nos permite relacionarnos con los demás. Cuando un bebé ha sido atendido, por al menos uno de sus progenitores, ha sentido que el vínculo establecido era seguro, de cuidado, protección, pero también sensible a sus necesidades y con una atención consciente por parte del adulto responsable de su cuidado, crea esta clase de apego. 

El adulto que ha crecido bajo estos patrones desarrolla una personalidad independiente, feliz, optimista y segura. John Bowlby afirmaba que conociendo el tipo de vínculo que mantuvimos con nuestros padres o cuidadores durante la infancia, en la edad adulta podemos trabajar para modificar los aspectos negativos que influyen en nuestras relaciones.

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Un adulto que ha sentido seguridad en el vínculo con sus padres suele tener este mismo apego con sus parejas y relaciones. Establece lazos sólidos y pueden construir parejas afectivas basadas en la igualdad, el equilibrio y la independencia personal.

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El apego evitativo

Cuando un niño crece sintiendo que el cariño de sus padres no es suficiente y que sus demandas no son del todo satisfechas, termina por acostumbrarse a vivir con un amor pobre y un vínculo poco profundo. No sabe si puede contar con sus padres, por lo que en la edad adulta se refleja en relaciones ligeras. Suelen ser personas desconfiadas, cerradas emocionalmente y que pocas veces logran satisfacer las necesidades de los demás.

Los adultos que han desarrolla un apego evitativo con frecuencia mantienen distancia con los compromisos y no suelen gestionar de manera apropiada los conflictos o las opiniones contrarias.

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Apego ambivalente o ansioso

El apego ambivalente es el vínculo que desarrolla un niño con adultos que, por momentos satisfacen sus necesidades, son afectuosos atentos y en otras ocasiones no pueden responder con seguridad y amorosamente. Es un vínculo que confunde a los pequeños y les genera inseguridad y ansiedad porque no saben cómo reaccionaron sus padres. 

Se convierten en adultos ansiosos y desconfiados, con una baja autoestima y un nivel muy alto de autocrítica. Busca la aprobación de los demás, especialmente de su pareja. Sus vínculos suelen ser de dependencia y en ocasiones, esta manera de ser, sabotea su propia felicidad.

Apego desorganizado

Este vínculo se da en entornos patológicos, con dinámicas abusivas, agresivas y de maltrato físico o emocional. El niño que atraviesa esta situación entiende que su entorno no es seguro, pero desconoce otros modelos. 

En la edad adulta, son personas que no llegan a establecer un vínculo sincero porque tiene muchas carencias afectivas y necesidades sin resolver. Ponerse en manos de un profesional es una de las mejores maneras para solucionar los traumas y fantasmas del pasado. El apego desorganizado genera en los adultos una baja autoestima y una personalidad con muchas dificultades para crear vínculos sanos y constructivos. 

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