Psicología

Cómo la pérdida de un amigo puede cambiar nuestra vida

La sensación de melancolía que nos puede producir la muerte de un ser querido puede tener también implicaciones físicas y un deterioro de nuestra calidad de vida.

Por Cristina Soria

Toda persona con la que compartimos tiempo de nuestra vida se instala en nuestra mente y forma parte de nuestra historia. Esto es, de quiénes fuimos y de quiénes seremos. De esta forma nos enriquecemos con cada relación y aprendemos de ella, adquiriendo hábitos, formas de pensar y experimentando sensaciones de compañerismo, altruismo y sinceridad. Esto es a fin de cuentas la gran riqueza de la amistad.

No es extraño sentir, por tanto, que cuando pronunciamos frases en otras conversaciones, en ocasiones lo hacemos sabiendo que son palabras o ideas que tomamos prestadas de nuestros amigos. Y muy a menudo nos vemos recordando situaciones y vivencias fruto de pensamientos encadenados, como cuando un objeto nos recuerda un momento, y ese momento a una persona, y esa persona a nuestro amigo.

Consecuencias físicas y emocionales

Sin embargo, cuando nuestro amigo ha fallecido su recuerdo nos sume en cierta melancolía inevitable, al saber que ya no será posible volver a compartir esos momentos de complicidad. 

Pero los perjuicios para nuestra salud van más allá. Una investigación reciente de la Universidad de Melbourne, Australia, ha estudiado la salud mental de más de 26.000 personas, de las cuales más de 9.000 habían padecido recientemente el fallecimiento de un amigo muy cercano, y han llegado a la conclusión de que nuestra salud mental disminuye en un proceso que puede llegar a durar hasta cuatro años, en los que pueden incluso producirse consecuencias físicas.

El estudio fue desarrollado durante 12 años, desde 2002 hasta 2015, y se estudió la calidad de vida de los voluntarios, tanto de los que habían sufrido pérdidas de amigos como de los que no. Se descubrió que la falta de un amigo producía ciertas inseguridades, cambios emocionales, variación de hábitos y, en definitiva, del equilibrio. Y estos cambios fortuitos y caóticos producen, no solo emociones relacionadas con la tristeza, sino que como si de un efecto dominó se tratara, producen también cambios de dieta y de costumbres que pueden acarrear una disminución de la calidad de vida y, por tanto, de la salud física.

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Las mujeres padecen más tiempo el duelo

Entre los resultados de este estudio, se destaca también que son las mujeres quienes más acusan estos síntomas, y que ante una pérdida de un ser querido cercano más ven deteriorada su salud mental y sus indicadores de vitalidad. En el caso de los hombres estas consecuencias son más moderadas, aunque también se han detectado.

Los investigadores avisan de que el problema es cultural, pues cuando alguien fallece no es común que el apoyo emocional recaiga sobre toda la red de amigos del fallecido, sino solo en sus familiares más cercanos. Y eso, unido a que en Occidente vivimos de espaldas a la muerte y a sus consecuencias, hace que llegado el momento de asumir un hecho traumático de este calibre, nos veamos sin herramientas y con total indefensión, vulnerables para que nos acose la melancolía y manteniendo tiempos de duelo muy dilatados.

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Nuestra sociedad vive de espaldas a la muerte

Es demasiado común, según los investigadores, que tanto uno mismo como el entorno se fuercen a que el duelo dure lo mínimo posible. En cuanto pasan unos días todos los resortes emocionales parecen exigir que se pase página. 

Sin embargo, un duelo no concluido en su plenitud puede acabar enquistándose y durando mucho más, tanto que el resultado de esta investigación refleja que lo común en Occidente es pasar más de 4 años en este proceso de no asimilación de la muerte de un amigo. Mientras que los datos, en sociedades que integran la muerte de una forma más natural, como la japonesa o mexicana, estiman que el periodo de duelo es mucho menor.

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