Estos son los síntomas más comunes de la diabetes

Los diagnósticos de diabetes en edad adulta son cada vez más frecuentes por los altos niveles de azúcar que contienen, entre otras cosas, los alimentos procesados. Los síntomas de esta diabetes, de tipo 2, pueden ayudarnos a tomar decisiones a tiempo y minimizar su impacto en nuestro organismo.

Por Cristina Soria

La diabetes adquirida es ya una emergencia sanitaria porque, según la OMS (Organización Mundial de la Salud), ya afecta a 1 de cada 11 personas. Este ritmo ascendente tiene que ver con nuestra alimentación y con el uso del azúcar en alimentos que incluso no resultan dulces, para texturizar y conservar. También ha crecido en las últimas décadas su presencia en bollería industrial, refrescos y demás alimentos procesados que para aumentar su conservación y abaratar costes cada vez tienen una composición más dulce, lo que por otro lado genera cierta adicción.

Los datos no son tranquilizadores

La propia OMS afirma que un millón y medio de personas fallecen al año en el planeta a causa de la diabetes, lo cual resulta paradógico desde un punto de vista económico, pues mientras el uso de azúcar abarata costes y fomenta el consumo de ciertos productos, los costes médicos por tratamientos de diabetes se disparan.

La diabetes de tipo 2 se adquiere al mantener una alimentación con elevados niveles de azúcares. A diferencia de la diabetes congénita, la de tipo 2 la podemos evitar, amortiguar o revertir si analizamos en detalle nuestra alimentación y tenemos en cuenta cuales son los alimentos que ingerimos que nos están aportando azúcar, pese a que en ocasiones no somos conscientes.

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Atender a los síntomas es vital, porque son el primer indicador de que algo está pasando. Estos síntomas funcionan de aviso de nuestro organismo, y si los identificamos en una etapa primaria podemos tomar cartas en el asunto antes de que la diabetes se consolide.

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Hambre a todas horas y pérdida de peso

El organismo emite una señal cuando no se siente saciado pese a que nos alimentemos de forma constante y contundente. El problema es que cuando nuestro cuerpo no dispone de la insulina necesaria, la glucosa no logra acceder a las células, y por tanto estas no dejan de demandar su llegada. 

Además, el organismo está preparado para hacer acopio de toda la glucosa posible, para hacer reservas, y por tanto mientras no sienta ningún síntoma de saciedad no frenará su petición. Dado que esto conlleva la acumulación de glucosa, nuestro organismo empezará a sentir una sensación continua de malestar estomacal y náuseas: otro mensaje de que algo va mal.

Este síntoma tiene una cara B porque, además, como la glucosa no está llegando a nuestro organismo, no está sirviendo para aportar energía a nuestra masa muscular, y esto a la larga conduce a una pérdida de peso notable pese a que nos estemos alimentando con voracidad.

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Sed, debilidad y visitas al aseo

Las células no obtienen energía oxidativa, por lo que el cansancio empieza a ser continuo: no tenemos energía porque nos falta el nutriente que la aporta.

El sistema renal también falla porque nuestro nivel de glucosa en sangre es muy alto, y esto produce una inhibición de la producción de la hormona antidiurética, lo que nos produce una micción muy por encima de lo habitual.

Esto también conduce una necesidad constante de reponer líquidos, lo que provoca un efecto en cadena. Porque por un lado sentimos deshidratación, pero a la vez cuanto más bebemos, más estamos provocando la diuresis.

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