Cuando sepas por qué te pones roja no querrás evitarlo más

La que fue definida por Charles Darwin como 'la más peculiar y la más humana de todas las expresiones' tiene su explicación evolutiva y sabemos que te gustará.

Por Nuria Safont

Ponerse rojo es más común de lo que creemos. De hecho, todos, en mayor o menor grado, nos ruborizamos. Aunque para algunas personas puede suponer un problema. Sobre todo, cuando ocurre en la peor de las situaciones, por ejemplo, una primera cita, una entrevista de trabajo, o cuando estamos dando una charla ante un grupo de personas, momentos en los que mayor control sobre nuestras emociones queremos demostrar. En estas situaciones, ¡incluso las orejas se nos tiñen de grana!  Aunque desarrollemos mecanismos de 'despiste' como toser, ocultar ligeramente el rostro, o agitemos las manos para desivar la atención, la procesión va por dentro, y la agitación no cesa. ¿Por qué nos ocurre? 

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Ponerse rojo es una reacción muy humana y natural del organismo. Nos ocurre solo a los seres humanos y es debido a una respuesta fisiológica del sistema parasimpático, que se activa cuando intuimos que hemos cometido un error, queremos ocultar algo, sentimos vergüenza, miedo al ridículo, pudor, mentimos o algo nos incomoda. Al activarse este sistema, se segrega adrenalina a todo el torrente sanguíneo, aumenta la frecuencia cardiaca, se agita la respiración, las manos comienzan a sudar, las venas se dilatan, la sangre fluye más y las mejillas se sonrojan. "Las personas de piel clara y fina, emotivas, ansiosas, con una alta necesidad de aprobación social y cierto reparo en mostrar emociones son precisamente las que más se sonrojan", agrega la psicóloga Raquel Fernández, del Centro de Psicología Conductual de León. 

No hay forma de evitarlo y, ni siquiera, razón para ello, ya que es una respuesta natural del cuerpo. Es más, inluso hay autores que aseguran que, evolutivamente, tiene una explicación y un propósito: la de inspirar ternura, provocar el perdón y evitar el confrontamiento. Es el caso del escritor y académico Jesse Bering, colaborador de la revista científica Scientific American. El experto hace referencia a un estudio holandés en el que se indica que ponernos rojos tras haber cometido una ofensa puede ayudarnos a ser perdonados. Esto es debido a que el rubor suele interprentarse como una señal de honestidad, de arrepentimiento, y de transparencia, virtudes muy apreciadas por el entorno y que facilitan las relaciones sociales.

Esta conclusión fue publicada en la revista Emotion y fue la primera vez que se abordaba de forma científica el sonrojo, una reacción que Charles Darwin definió como "la más peculiar y la más humana de todas las expresiones".

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¿Podemos evitar ponernos rojas? 

Como decíamos, "al ser una respuesta automática de nuestro organismo, poco podemos hacer para evitarlo. Lo que sí está en nuestras manos es mantener la calma y aceptar la emoción como algo natural. Ignorar el rubor será la mejor opción porque querer controlarlo nos llevará a sentir miedo a sonrojarnos cada vez que anticipemos que algo será embarazoso, ridículo o fuera de lo habitual. Es conveniente pensar en positivo. Sonrojarse delata nuestro lado más humano, nuestra vulnerabilidad, no hacerlo podría convertirnos en sinvergüenzas", matiza la psicóloga. Aunque si se convierte en una pesadilla, podemos mitigar el efecto, por ejemplo, estableciendo mecanismos de prevención:

  • Detecta las situaciones que hacen que te suban los colores, analízalas y relativiza. 
  • Practica técnicas de relajación y control mental.  
  • Inscríbete en un curso para hablar en público. 

Por otro lado, también debemos consultar si nos ponemos rojos con demasiada frecuencia y eso interfiere en nuestra calidad de vida. En este caso, puede ser que tengamos un problema de exceso de timidez o ansiedad. También podemos sufrir eritrofobia, un temor excesivo a ruborizarnos en público.  

Otras situaciones en las que nos sonrojamos 

No solo nos sonrojamos cuando queremos ocultar algo que hemos, o pensamos que hemos hecho mal o por vergüenza. Cuando bebemos alcohol, consumimos comidas muy especiadas, sentimos calor, tras un ejercicio intenso, en algunas enfermedades o etapas de la vida también experimentamos rubor. 

Por ejemplo, es frecuente que las mujeres, durante la menopausia, experimenten sofocos que pueden acaban sonrojando el rostro. Afecciones de la piel como la rósacea también tiñen el rostro de grana. En cualquier caso, el rubor no es algo que deba avergonzarnos, todo lo contrario, nos debería gustar y, siempre que no se trate de una condición médica, no debería preocuparnos.