¿Te animas a hacer un viaje por la historia de la belleza?

El Museo de la Evolución Humana de Burgos acoge la exposición “La belleza, una búsqueda sin fin”

Por hola.com

¿Sabías que, en su afán por estar bellas, las mujeres romanas llegaron a importar cabellos del norte de Europa para confeccionar elaboradas pelucas rubias? ¿Y que Napoleón era adepto a un terrón de azúcar mojado en agua de colonia que estimulaba el espíritu? Son sólo dos de las pequeñas curiosidades que puedes encontrarte en la exposición “La belleza, una búsqueda sin fin”, que acaba de abrir sus puertas en el Museo de la Evolución Humana de Burgos y que se puede disfrutar hasta el próximo mes de enero.

La muestra se ha puesto en marcha con la colaboración de la firma L’Oréal, y su objetivo es realizar un recorrido científico y cultural que permita a los visitantes reflexionar sobre el concepto de la belleza desde sus inicios hasta nuestros días. Y es que no podemos negar que el concepto de lo bello ha estado presente en todas las civilizaciones, desde nuestros ancestros. De hecho, si te paras a pensar, no se conoce cultura que no tenga su concepto ideal de belleza y que haya utilizado el propio cuerpo como lienzo para reflejarlo a través de tintes, peinados, cosméticos u ornamentos. Por eso, la muestra nos llama a la reflexión acerca de cómo la belleza influye en nuestras vidas y de hasta dónde estamos dispuestos a llegar para sentirnos bellos. Pero más allá de la parte puramente filosófica, nos encontramos ante una muestra, cuando menos, curiosa, por la gran variedad de objetos relacionados con el mundo de la belleza que se exponen.

¿Por qué la idea gira en torno a los yacimientos de Atapuerca? En 2004 un grupo de espeleólogos encontraba en los yacimientos una misteriosa joya de oro perteneciente a la Edad del Bronce. Este brazalete original, que se conoce como la joya del Silo, es una de las más de 100 piezas que componen la exposición temporal. Junto a esta pequeña joya, destacan, entre otras, las piezas del prestigioso Museo de Historia de la Peluquería de Raffel Pagés o las de la veterana firma cosmética Roger & Gallet. Cuenta, además, con la colaboración de L’Oréal, cuya directora científica, Cristina Biurrun afirma: “No hay sociedad que no haya buscado la belleza, es una aspiración que es un referente cultural, una búsqueda ligada al reconocimiento por parte de los otros, la autoestima, el bienestar, la aceptación de uno mismo… y en este contexto la cosmética tiene sentido, porque conforma este ideal de belleza trasladado al cuerpo”.

Desde los orígenes de la civilización
La muestra se organiza en torno a seis ámbitos: ‘La naturaleza de la belleza’, ‘Fascinación por la belleza’, ‘Generación de ‘la toilette’, ‘Belleza, poder y cotidianeidad’, ‘Luces, cámara, acción’ y ‘Belleza: Ciencia y futuro’, y en ella, como decíamos, se pueden encontrar iconos singulares representativos a lo largo de la historia: desde herramientas prehistóricas a los collares egipcios o las diademas romanas, pertenecientes a Raffel Pagès. Viendo estas piezas, nos damos cuenta de cómo el modelo de belleza se ha ido transformando a lo largo de las diversas épocas y civilizaciones.

La exposición coincide con el tercer aniversario del Museo de la Evolución Humana, por el que han pasado desde su apertura en julio de 2013 más de 700.000 visitantes. Una buena manera de aprovechar una escapada de verano si andas por tierras de Burgos. ¿Te animas?

Algunos datos curiosos que podrás descubrir en la exposición
-Culturas clásicas.
Civilizaciones como la griega y la romana no consideraban bella a una persona sino se aplicaba ungüentos, perfumes o maquillaje, a los que concedían un valor mágico a la vez que se higienizaban su cuerpo y cuidaban su piel.
-¿Medicina o estética? Fue en el siglo XIV cuando se estableció la diferencia entre el tratamiento médico de los problemas de la piel y el uso de cosméticos con finalidades estéticas.
-Diferentes compuestos. En la exposición se pueden contemplar pigmentos que han sido utilizados a lo largo de la historia, como el Ocre mineral, el khol y la henna, el sulfuro de mercurio o el antimonio, la harina de arroz y de trigo, o los productos sintéticos que comienzan a desarrollarse a finales del siglo XIX.
-Los primeros desodorantes. Nos podemos sorprender cuando comprobamos que elementos como los cítricos o el incienso que constituyeron los primeros desodorantes de la historia se utilizaban frotándolos con el cuerpo. El primer desodorante efectivo se fabricó en el siglo XIX con cloruro de zinc.
-Tatuajes y piercings. Resulta curioso comprobar también cómo los cuerpos tatuados o adornados con piercing solo han sido llevados a la cotidianeidad en la cultura occidental recientemente cuando en África o la India constituían elementos fundamentales para el embellecimiento personal.
-Esas grandes pelucas. Tras una época de monumentales estilos de peinado que impuso Enrique IV en Francia, con las grandes pelucas de cabellos blancos que hicieron furor en esa época, la revolución francesa impuso la sencillez con el retorno a los cabellos naturales y el corte ‘a la Titus’ –cabello femenino muy corto-.
-Tintes para el pelo. En 1907 el químico francés Eugene Schüeller inventa el primer tinte sintético para cabello al que llamo L’Auréale –que inspiró el nombre de la compañía L’Oréal- y que vendía directamente a los salones de peluquería de París. Schüeller fundaría el gigante cosmético L’Oréal al poco tiempo.
-El origen de la colonia. En 1806, Jean-Marie Farina, procedente de Colonia (Alemania), abre en París una casa de perfumes que realiza Agua de Colonia bajo los principios legados por su familia. Su éxito es fulgurante y traspasa fronteras: es nombrado proveedor oficial de la emperatriz Josefina y obtiene el privilegio del rey Jorge IV de Inglaterra.
-Los gustos del emperador. Jean-Marie Farina crea a petición de Napoleón el “rodillo del emperador”, una innovadora botella de forma alargada. De esta manera, desde lo alto de su caballo, podía resbalarla fácilmente en la bota y beneficiarse en todo momento de la frescura cítrica del Agua de Colonia. El emperador también era adepto al “canard Farina”: un terrón de azúcar mojado en Agua de Colonia que estimulaba el espíritu. Uno de estos rodillos originales se exhibe en la muestra ‘La Belleza, una búsqueda sin fin’ cedido por la prestigiosa marca francesa Roger&Gallet.