Su primer beso con el expresidente de EE.UU, su vida en la Casa Blanca... ¡HOLA! desvela en primicia las memorias de Michelle Obama

Este martes se lanza a nivel mundial 'Mi historia'. ¡HOLA! publica algunos de los fragmentos más reveladores del que será uno de los fenómenos editoriales de la temporada

Por hola.com

"Cuando era niña, mis aspiraciones eran simples. Quería un perro. Y quería una casa con escalera, de dos plantas, para una familia". Así comienza Michelle Obama su libro de memorias, Mi historia (Plaza & Janés), que se publica esta semana en simultáneo en todo el mundo. Lo que Michelle Obama no imaginaba es que terminaría viviendo durante ocho años en la Casa Blanca, el hogar más famoso y más grande de Estados Unidos, "un lugar con tantas escaleras que no podía contarlas, además de ascensores, una bolera y una floristería".

En Mi historia, la ex primera dama cuenta su vida de novela en primera persona: desde su infancia en un barrio humilde de Chicago, pasando por sus estudios de Derecho en las universidades de Princeton y Harvard, hasta su matrimonio con Barack Obama, quien años después sería presidente de Estados Unidos y el hombre más poderoso del mundo. ¡HOLA! publica en primicia algunos de los fragmentos más reveladores de las memorias de Michelle, uno de los lanzamientos editoriales del año.

UNA NIÑA CON CARÁCTER

Michelle creció en South Shore, un barrio obrero y multirracial de Chicago, en una pulcra casa de ladrillo propiedad de su tía abuela Robbie. Sus padres alquilaban un apartamento en la segunda planta, y sus tíos abuelos vivían en la primera. De pequeña, sufrió acoso escolar y descubrió a muy temprana edad "la tiranía de las jerarquías". No le gustaba jugar con otros niños porque solían ser crueles, pero con pocos años aprendió a defenderse y a defender a otros como ella.

"A DeeDee yo no parecía caerle bien. Cada vez que iba a Euclid Parkway ella murmuraba comentarios hirientes, como si por el hecho de estar allí le hubiera estropeado el día a todo el mundo. A medida que avanzaba el verano, los comentarios eran cada vez más audibles. La siguiente vez que DeeDee hizo uno de sus comentarios, me abalancé sobre ella echando mano de todo lo que me había enseñado mi padre para propinar un puñetazo. Ambas caímos al sueño en una maraña de brazos y piernas. No recuerdo quién acabó separándonos. Cuando todo terminó se había oficiado una especie de bautismo silencioso. Me había convertido oficialmente en un miembro aceptado de la tribu del barrio. DeeDee y yo salimos ilesas", narra Michelle en el libro.

UN BECARIO MUY IMPUNTUAL

Michelle conoció a Barack Obama cuando tenía 25 años y trabajaba en el prestigioso bufete Sidley & Austin, en Chicago. Ella era una prometedora abogada, asociada júnior de esa firma, y Barack solo era un becario. Tenían mucho en común, ya que ambos eran afroamericanos, habían estudiado en Harvard y estaban labrándose una carrera fulgurante en "un mundo de blancos". Sin embargo, su primer encuentro comenzó con un pequeño traspié.

"Un socio senior del bufete de abogados en el que yo trabajaba en Chicago me pidió que fuera la mentora de un estudiante que venía hacer las prácticas de verano, y la respuesta fue fácil: por supuesto que lo haría. En el memorándum para confirmar el encargo vi que junto a mi nombre aparecía otro, el de un prometedor estudiante de Derecho que estaba ocupado escalando su propia escalera. Como yo, era negro y de Harvard. Aparte de eso, no sabía nada, solo que tenía un nombre raro", cuenta la ex primera dama.

Barack Obama llegó tarde el primer día. Miré el reloj.

"-¿Sabemos algo de este tío?- pregunté a Lorraine a voces.

- No, chica- respondió con un audible suspiro.

Sabía lo mucho que me molestaba que la gente llegara tarde, que lo veía como un acto de pura y simple arrogancia. Pasaron otros diez minutos antes de que anunciara su llegada en la recepción de nuestra planta, donde lo encontré sentado en un sillón cuando salí a buscarlo: allí estaba Barack Obama, vestido con un traje oscuro y todavía algo húmedo por la lluvia. Me sonrió compungido y se disculpó por el retraso mientras me daba la mano."

BESAR A UN FUTURO PRESIDENTE

Mientras trabajaron juntos en el bufete de Chicago, Michelle nunca vio a Barack como alguien con quien pudiera salir. Ella era su mentora en la firma y además se había jurado no salir con nadie durante un tiempo porque estaba enfocada en su trabajo. Además, en esa época Barack fumaba, algo que ella detestaba. Sin embargo, una tarde de verano ocurrió el "flechazo".

"-¿Vamos a tomar un helado-, me dijo Barack.

Fue entonces cuando supe que aún estábamos a tiempo, una de las pocas ocasiones en la que decidí dejar de pensar y vivir sin más. Era una cálida tarde de verano. El aire me acariciaba la piel. Había una heladería Baskin-Robbins a una manzana del edificio donde Barack vivía, pedimos dos cucuruchos y nos sentamos en la acera para comérnoslos. Nos colocamos muy juntos, con las rodillas en alto, cansados pero complacidos tras un día al aire libre, y dimos buena cuenta de nuestro helado, con rapidez y silencio, intentando acabar antes de que se derritiera. A lo mejor Barack lo advirtió en la expresión de mi cara o lo intuyó en mi postura: para mí todo había empezado a soltarse y desplegarse. Me miraba con curiosidad y un atisbo de sonrisa.

-¿Puedo besarte? -me preguntó.

Y entonces me incliné hacía él y todo cobró claridad."

VIVIR EN LA CASA BLANCA

El 4 de noviembre de 2008, Barack Obama se convirtió en presidente de los Estados Unidos. De la noche a la mañana, Michelle y sus hijas, Malia y Sasha, tuvieron que cambiar su hogar en Chicago por la Casa Blanca, un auténtico palacio que dispone de 132 habitaciones, 35 baños y 28 chimeneas a lo largo de seis plantas y en el que trabajan ciento de empleados. Esta fue su impresión de sus ocho años en el número 1600 de la Avenida Pensilvania de Washington D.C.

"La gente me pregunta cómo es vivir en la Casa Blanca. A veces respondo que es algo parecido a como me imagino que debe ser vivir en un hotel de lujo, si ese hotel de lujo no tuviera otros clientes salvo tú y tu familia. Hay flores por todas partes, y las renuevan casi a diario. El edificio en sí transmite antigüedad e intimida un poco. Las paredes son tan gruesas y el entarimado tan macizo que la residencia parece absorber cualquier sonido con rapidez. Intenté, a mi manera, relajar el protocolo. Dejé claro al personal doméstico que nuestras niñas se harían la cama todas las mañanas, igual que en Chicago. También dije a Malia y Sasha que actuaran como siempre: que fuesen educadas y amables y no pidieran nada que no necesitasen o que pudieran conseguir por sí mismas. Me aseguré de que supieran que no tenían que pedir permiso para salir afuera a jugar."

UN DESLIZ CON LA REINA DE INGLATERRA

Durante los ocho años de mandato de Obama, Michelle acompañó al presidente en numerosos viajes por todo el mundo. Cientos de visitas, millones de kilómetros recorridos y un sinfín de encuentros con mandatarios. La ex primera dama recuerda con especial cariño y humor su primer viaje internacional en 2009. El destino: Londres. La anfitriona: la Reina de Inglaterra. El 1 de abril de ese año, Michelle rompió el protocolo e hizo historia.

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"'Los zapatos son molestos, ¿verdad?', me dijo la Reina de Inglaterra durante una recepción en el Palacio de Buckingham mientras señalaba con cierta frustración los suyos, negros y de tacón bajo. Entonces le confesé que me dolían los pies. Su Majestad reconoció que a ella también. Nos miramos con una expresión idéntica que venía a decir: '¿Cuánto tiempo más tendremos que estar de pie con los líderes mundiales?”. Y con esas, lanzó una risa verdaderamente encantadora. Entonces hice lo que me sale por instinto siempre que siento que he conectado con una persona, que es exteriorizar mis sentimientos: le pasé un brazo por los hombros en señal de afecto. En aquel momento no podía saberlo, pero estaba cometiendo lo que se consideraría una metedura de pata de proporciones épicas. Las cámaras recogieron el momento y en los días siguientes se haría eco la prensa de todo el mundo: '¡Ruptura de protocolo!', '¡Michelle Obama se atreve a abrazar a la Reina!'. Si en el Palacio de Buckingham no había hecho lo apropiado, por lo menos había hecho lo más humano. Me atrevería a decir que a la Reina no le importó, porque cuando la toqué lo único que hizo fue acercárseme más y ponerme una mano enguantada en la parte baja de la espalda con suavidad."