HOLA.COM entró en exclusiva en La Pizana, escenario de la puesta de largo de Cayetana Rivera

Regresamos a la finca en la que, lejos de los oropeles y del esplendor de los palacios de Liria o de Dueñas, la Duquesa de Montoro pasó sus primeros años como madre y en la que, dieciocho años después, su hija celebrará por todo lo alto su mayoría de edad

Por hola.com

Como el primer beso de amor, la primera entrevista en exclusiva no se olvida. Mucho menos si se puede presumir, como en el caso de HOLA.COM, de un estreno extraordinario: Eugenia Martínez de Irujo abría por primera vez las puertas de La Pizana a un medio de comunicación. La Duquesa de Montoro compartía con la periodista Pilar Rubines en los albores del nuevo milenio su felicidad como madre mostrando a su vez jardines, caballerizas, porche y dependencias del cortijo que se había convertido en su nueva residencia familiar.

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Eugenia Martínez de Irujo había cambiado su existencia palaciega -residió siempre a caballo entre el palacio de Liria (Madrid) y el de Dueñas (Sevilla)- por una nueva en una finca de cultivo. Allí, lejos de los oropeles y del esplendor que siempre ha distinguido a su familia, vivía con su entonces marido, el torero Francisco Rivera -se casaron en unas nupcias de príncipes el 23 de octubre de 1998 ante 1.400 invitados en Sevilla- y su hija, Cayetana, nacida un año después de la boda. “Esta finca, a la que he venido desde que era una niña a montar a caballo, es un lugar muy cercano. Además, mi madre, que se encargó de todo, la arregló y decoró para nosotros. Para que empezáramos nuestra vida en ella”, reconocía.

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“Adaptada y feliz”

Allí discurrían sus días entre los diseños de joyas de su colección Eugenia by TOUS y las labores como madre de familia. Era la dueña de los fogones, invitaba a comer a su madre porque decía que le gustaba mucho su comida y preparaba entre otras especialidades pasta y una tarta de chocolate -una receta de familia que “me sale bordada”-, aunque en realidad la Duquesa siempre ha sido más de verduras y ensaladas.

Y ocurrió lo que pocos se creían que sucedería: se aclimató y fue feliz: “El campo ha sido una referencia de fin de semana. El mar siempre estuvo mucho más presente y, sin embargo, aquí estoy. Ahora me considero más de campo que de ningún otro sitio. Adaptada y feliz. Tanto que cada vez que tengo que salir de esta casa me cuesta horrores. Mis amigos no se lo creen. La mayoría no daba un duro por mi permanencia en esta finca. También es verdad que vivo solo a 30 kilómetros de Sevilla y que esto no es agobiante. Si estuviera a dos horas, a lo mejor, no estaría tan contenta”.

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“Descubrirme como madre fue una sorpresa”

Tana era (y sigue siendo) su motor, su preocupación, su debilidad: “Yo era de las que me pasaba el día diciendo: ‘No pienso pasar ni una. Seré muy estricta porque no soporto un niño mal educado’. Ahora, hablo menos. Los hijos te ganan la mano con mucha facilidad”. Se descubrió siendo madre como jamás se había imaginado: “Yo nunca había sido muy niñera, pero ahora aprovecho hasta el más pequeño de los momentos para estar con ella. No se trata de dejarla en manos de la niñera; no, se trata de disfrutarla sabiendo que soy una privilegiada. La mayoría de las madres tienen que pasarse el día entero fuera de casa para ganar un sueldo. Mi trabajo, sin embargo, me permite estar con Cayetana semanas enteras… No sé, pero descubrirme como madre fue una sorpresa”, confesaba.

Atesoraba casa instante con su pequeña con buena previsión. El tiempo vuela. Han pasado prácticamente los dieciocho años desde entonces y su hija, Tana Rivera, la preciosa niña que aquel día salía a relucir cada dos por tres palabras, se ha convertido en una preciosa joven que está a punto de celebrar por todo lo alto su puesta de largo, casualidades del destino, en el mismo escenario donde tuvo lugar aquella excepcional conversación. El lugar perfecto por otra parte, porque el primer hogar tampoco se olvida.

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