‘Los Amantes de Teruel’, los ‘Romeo y Julieta’ españoles

Mitad historia y mitad leyenda, Juan Diego Martínez de Marcilla e Isabel Segura representan el símbolo patrio del amor puro y trágico y han inspirado libros, pinturas y películas que han traspasado nuestras fronteras

Por hola.com

Si hay en España una historia de amor que ha permanecido como símbolo del amor puro, casto y desinteresado desde el siglo XIII hasta nuestros días, esa es la protagonizada por los conocidos como “Los Amantes de Teruel”. La trágica historia de amor entre dos jóvenes turolenses, Isabel de Segura y Juan Diego Martínez de Marcilla, mitad realidad y mitad leyenda, se remonta al año 1212 y está situada en la Villa de Teruel, que en esos momentos era una de la plazas cristianas que estaba en la frontera con las taifas (pequeños reinos) musulmanas de Levante.

En un edificio, situado en la que en la actualidad es la calle de los Amantes, vivía don Martín Martínez de Marcilla, juez de Teruel durante los años 1192 y 1193, y descendiente de don Blasco de Marcilla, uno de los más audaces capitanes que en 1171, bajo el mando del rey Alfonso II, conquistó la villa de Teruel a los musulmanes. Don Martín estaba casado con doña Constanza Pérez Tizón y del matrimonio nacieron tres hijos: don Sancho, don Diego y don Pedro. Aunque la familia era bastante acaudalada, en 1208 esa fortuna se vio mermada a causa de una terrible plaga de langosta que asoló la comarca de Teruel.

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Muy próxima a la casa de los Martínez de Marcilla vivía la familia de don Pedro de Segura, que aunque de sangre menos noble, había alcanzado una mayor prosperidad por su dedicación al comercio, convirtiéndose gracias a él en una de las familias más ricas de la villa. El matrimonio Segura sólo tenía una hija, Isabel, con la que Diego jugó desde niño y con la que entabló una gran amistad durante los años de su adolescencia.

Cinco años de espera
Con el transcurso del tiempo, los juegos y la amistad se fueron transformando en amor y en ese momento comenzaron los problemas para la pareja. Aunque se amaban, Diego Martínez de Marcilla era el segundo hijo varón de su familia y, por tanto, no tenía derechos de herencia ni fortuna personal que ofrecer a su amada. Por su parte, Isabel era hija única y en su familia ansiaban casarla con alguien de su misma alcurnia y, desde luego, con mayor fortuna. Ciego de amor, Diego decidió arriesgarse y pedirle a don Pedro la mano de su hija. Este se negó rotundamente a ese matrimonio por muchas súplicas que escuchó de su adorada hija, ya que económicamente no le beneficiaba en nada la alianza de Isabel con el segundón de los Marcilla. Antepuso así la riqueza a la nobleza y el interés material al amor desinteresado y limpio de la pareja.

El joven, preso de la desesperación, le dijo a Isabel que aún así seguía queriendo tomarla por esposa, pero ella respondió que aunque su deseo era el mismo, nunca lo haría sin el consentimiento de sus padres. Decidido a casarse algún día con su amor, el joven llegó a un acuerdo con Isabel. Ella le esperaría durante cinco años mientras él abandonaba la ciudad y se marchaba a buscar fortuna, para volver a Teruel con dinero suficiente y pedir de nuevo su mano. Si esos cinco años llegaban a su fin y él no había regresado, el pacto estipulaba que la joven quedaría libre para casarse con otro.

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Isabel le prometió fidelidad durante esos cinco años y Diego, en la primavera del año 1212, se unió como soldado de fortuna a las tropas cristianas del rey de Aragón don Pedro II, que luchaban contra la invasión musulmana. “Volveré un día a Teruel cargado de gloria para conseguir tu mano, o bien moriré como buen vasallo en la lucha”,- le dijo emocionado en su despedida. Los días fueron pasando y debido a que no recibía de su enamorado sus esperanzas se iban apagando, ya que aunque preguntaba por su paradero a los que regresaban, nadie sabía darle razón de él. La joven, imaginando lo peor, consumía todo su tiempo rezando por su amado en las iglesias de Santa María de Mediavilla, San Pedro o el Salvador.

Un amor no consumado que acaba en tragedia
Así transcurrieron los años, hasta que un día don Pedro, cansado del trato al que habían llegado los jóvenes, tomó la determinación de obligar a su hija a aceptar la propuesta de matrimonio de un turolense rico e ilustre: don Pedro de Azagra, hermano bastardo del señor de Albarracín. Isabel, decidida a serle fiel a Diego hasta el final, intentó por todos los medios dar largas al compromiso, pero pasados cuatro años de su marcha, no tuvo más remedio que cumplir las órdenes de su padre. Eso sí, con la condición de agotar el plazo de espera de cinco años que había pactado con Diego. La boda de Isabel y don Pedro se fijó para el mismo día en que se cumplían los cinco años, con la mala suerte de que ese mismo día el joven, sin avisar previamente de su llegada pues quería darle una sorpresa a su novia, regresaba a Teruel victorioso y habiendo conseguido la fortuna deseada.

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Es aquí cuando la historia y la leyenda se entremezclan y dan lugar a dos versiones diferentes del encuentro de los enamorados. Cuenta una historia que, pasada la media tarde, Diego entró en la ciudad montado a caballo y se dirigió directo a la casa de los Segura con la intención de ver a su amada, pero pronto vio cómo se truncaban sus esperanzas. Al llegar a la puerta y sorprendido de la gran cantidad de gente allí congregada, el joven se enteró, a través de un grupo de jóvenes, de que Isabel había contraído matrimonio apenas unas horas antes y que aquella era la celebración de tan memorable acontecimiento.

Roto de dolor y lleno de amargura y rabia, Diego entro en la casa para hablar con Isabel y confirmar de sus propios labios que era cierta la terrible noticia que acababa de recibir. Ella, al verle, pidió permiso para retirarse a solas por unos momentos y Diego la siguió hasta la alcoba nupcial para pedirle explicaciones. Como la boda ya se había celebrado, Diego le prometió marcharse para siempre de Teruel a cambio de que le diera un beso de despedida, que sería para ellos el primero y el último. Pero Isabel, fiel a sus recientes votos matrimoniales, se lo negó tres veces. Abrumado por el desprecio y el dolor, Diego cayó muerto a los pies de Isabel.

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Como Isabel tardaba en regresar, su marido fue a buscarla y al reconocer al difunto consideró que no era conveniente que los invitados se percatasen del suceso, así que cuando todos se habían marchado, tomó el cuerpo de Diego, lo sacó de casa de los Segura y lo dejó abandonado en un callejón cerca de la casa de los Martínez de Marcilla.

Otra de las versiones narra cómo Diego acude a la cámara nupcial de la pareja cuando ambos se hallan dormidos y despierta a la joven, pidiéndole tan sólo un beso para morir feliz y al serle negado se desploma muerto ante el asombro de su amada. Tras despertar a su esposo, los criados trasladan el cuerpo hasta la casa de los padre de Diego, sin dar explicaciones de su muerte.

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Enterrados juntos
La familia de Diego, llena de dolor por la muerte del joven, y ajena a las verdaderas causas de su fallecimiento, decidió al día siguiente celebrar el funeral y entierro de su hijo en la cercana iglesia de San Pedro. El día del funeral y llena de remordimientos por haberse negado a darle a Diego aquel beso, Isabel acudió a la iglesia donde reposaba su amado y, acercándose a su cuerpo,"le dio en muerte el beso que le había negado en vida" para, inmediatamente, morir al lado de su amor. Así reza la tradición. Cuando la ciudad tuvo noticia del trágico suceso y de la mala suerte que había sufrido la pareja, sus familias decidieron enterrarlos juntos en una de las capillas de la Iglesia de San Pedro. Desde entonces, la Historia los conocerá como “Los Amantes de Teruel”.

En 1555, durante unas obras llevadas a cabo en la iglesia, aparecieron los cuerpos de dos jóvenes que, al estar enterrados juntos, fueron considerados por la tradición popular como los restos de “Los amantes de Teruel”. Transcurridas las obras, en 1578 los restos fueron enterrados de nuevo en la capilla de San Cosme y San Damián de la misma iglesia por orden de don Andrés Santos, obispo de Teruel.

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Hubo que esperar hasta 1619 para que, gracias al hallazgo de un documento titulado Historia de los Amantes de Teruel y fechado en el siglo XIV por el notario Yagüe de Salas, se comprobó que lo que hasta entonces había sido considerado como una tradición popular habían sido en realidad hechos ciertos. El notario había levantado acta notarial de los cuerpos y de toda su historia y ese Protocolo Notarial será el documento imprescindible para el reconocimiento de la historia de “Los Amantes de Teruel”.

Durante el siglo XVII los cuerpos pudieron ser visitados por el público en la misma iglesia de San Pedro, hasta que por fin se decidió guardarlos en un armario fuera de la iglesia. Fue a comienzos del siglo XVIII cuando, al extenderse la noticia de tan trágica y pura historia de amor, empezaron a llegar visitantes de otros lugares para visitar los restos y estos fueron trasladados de nuevo a un anexo de la iglesia de San Pedro, colocándolos esta vez en un panteón. Llegada la guerra civil y temiendo que la contienda acabara por destruir esta reliquia tan querida por los turolenses, las momias fueron trasladadas hasta los sótanos del convento de las Carmelitas de Teruel para su custodia. Al finalizar la guerra, fueron devueltas a su anterior ubicación para poder ser visitadas de nuevo.

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En 1955, justo en el año en que se celebraba el IV centenario de su descubrimiento, el escultor Juan de Ávalos, tras ver el lamentable estado de los cuerpos, se comprometió a realizar personalmente un mausoleo digno y regaló a la ciudad de Teruel su maravillosa obra: el mausoleo de alabastro y bronce en el que actualmente reposan los restos de Diego de Marcilla e Isabel de Segura, cuyas manos no llegan a rozarse en símbolo de un amor no culminado.

Un amor puro que ha inspirado libros, películas y pinturas
Esta historia de amor puro y limpio ha generado a lo largo de los años una extensa producción artística, inspirando a grandes autores como Tirso de Molina, Andrés Rey de Artieda o Juan Pérez de Montalbán que escribieron en el Siglo de Oro sobre el tema. Durante el romanticismo, Juan Eugenio Hartzembusch la tomó también como argumento para su obra más conocida y Tomás Bretón compuso la ópera de su nombre, que fue estrenada en el Teatro Real de Madrid. En pintura, destaca el cuadro de Muñoz Degraín, y en su recorrido por el cine, cabe destacar la película Luna de miel de 1958 de Michael Powell, con música de Mikis Theodorakis e interpretada por Ludmila Tcherina y el bailarín Antonio.

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De hecho, es tal su importancia que, cada año, y en honor a los Amantes, se conmemora en la ciudad la fiesta de las Bodas de Isabel de Segura o fiesta de Los Amantes durante el tercer fin de semana de febrero. Durante todo el fin de semana se representan en las calles historias y leyendas medievales, la principal es la que se refiere a Los Amantes de Teruel, que se escenifica de jueves a domingo. Muchos turolenses participan en ella y rinden homenaje a sus ilustres paisanos vistiéndose al estilo medieval y la ciudad adquiere un ambiente propio de aquella época, digno de visitar.