Las mil y una carreras de un padre con su hijo discapacitado

Una historia de amor, superación, dedicación y entrega para dar ejemplo

Por hola.com

Algunos pueden conocerla, otros no. La historia lleva cierto tiempo navegando por la red y realmente, es de lo más conmovedora. Todo comenzó hace algo más de cuarenta años, cuando la familia Hoyt, del estado americano de Massachussets, esperaba con ansía la llegada de un nuevo miembro más a la familia. En el octavo mes de embarazo, los médicos alertaron a la familia que el bebé se había enredado con el cordón umbilical por el cuello, y corría el riesgo de producirle una parálisis cerebral.

Ante esta noticia, los médicos aconsejaron a la madre que abortara el niño. Que a pesar del avanzado estado, las secuelas para el bebé serían de por vida. El pequeño Rick estaría el resto de su vida postrado en una silla de ruedas y prácticamente en un estado vegetal permanente.

La familia Hoyt hizo caso omiso a las advertencias médicas y tras dar a luz a Rick, se trasladaron a su casa convencidos que el pequeño, recibiría la misma atención, cuidado y cariño que cualquiera de sus otros hijos.

A partir de este momento y a medida que avanzaron los años, la familia Hoyt se volcó en los cuidados del pequeño Rick. Iba a la playa con ellos, si sus hermanos jugaban al hockey, éstos le daban un stick también a Rick y empujaban su silla mientras jugaban con él y así, Rick participaba en todas las actividades de la familia.

Su padre, siempre mantuvo que su hijo estaba más vivo que ninguno. Esta sensación la percibía cuando miraba a los ojos al pequeño Rick y parecía entender todo lo que pasaba a su alrededor.

Cuando Rick cumplió doce años, todo cambió drásticamente. Un grupo de ingenieros informáticos desarrolló un aparato que emitía voz artificial siguiendo las órdenes de los movimientos de Rick. La primera palabra que emitió, fue toda una sorpresa. Tras probarlo en varias ocasiones, Rick sorprendió a todos los asistentes en la prueba con la frase “Vamos Bruins”. Lo de Bruins se debe al equipo de jockey del que toda la familia era seguidor y que llevaban todo ese año viendo los partidos de liga desde el salón de su casa. La familia se dio cuenta que Rick, había estado siguiendo todos los partidos, los resultados, los ánimos de su familia, etc.

El barrio donde vivían preparaba una carrera benéfica para comprarle una silla de ruedas a un joven que se había quedado paralítico tras un accidente. Dick, decidió apuntarse a la carrera junto a su hijo Rick. Nunca antes habían participado en una carrera y tras cinco millas de esfuerzo, el team Hoyt llegó a la meta con Dick empujando la silla de su hijo Rick. Estaba agotado por el esfuerzo pero esa noche, en la intimidad de la casa de los Hoyt, algo cambió para siempre. A través de la máquina de hablar, el pequeño Dick pronunció: “Sobre la silla en la carrera, no me sentí discapacitado” En ese momento, el padre de Rick supo, que tendría que empezar a correr todo lo que pudiera con tal de poder darle a su hijo, ese aliento de libertad y normalidad que tanto deseaba. Se convirtió en un padre entregado en cuerpo y alma a su hijo.

Desde esa carrera hasta el día de hoy, Dick y su hijo Rick han participado en más de mil carreras, 6 triatlones, 60 maratones y demás pruebas de esfuerzo. Con una silla especial adaptada y algún que otro artilugio más, Dick se ha pasado los últimos treinta años, no sólo esforzándose en ser un atleta capaz de correr todo lo que ha corrido, sino que además lo ha hecho empujando la silla de su hijo Rick, en el único momento en el que se siente una persona normal.

Una historia de dedicación, de superación y sobre todo que nos enseña lo que se puede hacer por alguien, con tal de arrancarle una sonrisa aunque sea después de correr, 42 kilómetros de distancia.